
«Desde el Amor de la Trinidad, ávidos de ser don para los demás»
Homilía del padre Christian Viña, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, Domingo 12 de junio de 2022.Prov 8, 22-31. Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 2a). Rm 5, 1-5 – Jn 16, 12-15
Jesús nos revela, en este pasaje del Evangelio según San Juan, que acabamos de proclamar, la gloria de la Santísima Trinidad. En primer lugar, les advierte a sus discípulos que aún tiene muchas cosas (Jn 16, 12) para decirles, y que no pueden comprender ahora (Jn 16, 12). Y, por eso, les promete el Espíritu de la verdad (Jn 16, 13); quien, precisamente, les hará conocer toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído, y os anunciará lo que irá sucediendo (Jn 16, 13). Nótese con qué sobriedad y, al mismo tiempo, con qué gráfica descripción, el Señor nos presenta al Espíritu Santo; que es Amor del Padre y del Hijo. No hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído (Jn 16, 13). Es misión del Espíritu, precisamente, comunicar al Cuerpo Místico del Señor, su amadísima Iglesia, lo que ha oído; y develar, también, lo que sucederá. Qué gran enseñanza tenemos en esto. Cuántas veces, nosotros, caemos en la tentación de no oír, y no llevar a la práctica lo que nos manda Dios. Y pensamos –absolutamente en vano, claro está- que somos los exclusivos dueños de nuestro propio destino; y que todo sucederá según nuestros propios planes, y no los del Señor.
Les dice, también, Jesús, a los apóstoles, que el Espíritu me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que es del Padre es mío (Jn 16, 14-15). Todo es un recibirse, y un darse eterno, en la relación de Amor que es la Santísima Trinidad. Nada se guardan para sí el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; porque ese don, sin principio ni fin, no solo muestra toda su Gloria y Poder, sino que constituye el ejemplo perfecto de cómo debe ser nuestra relación con Dios Uno y Trino y, desde Él, con nuestros hermanos.
El libro de los Proverbios nos trae, en el Antiguo Testamento, la lejana presentación de la Sabiduría, el Verbo Eterno de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: Yo fui formada desde la eternidad, desde el comienzo de los orígenes de la Tierra (Prov 8, 23). Engendrado, no creado… consubstancial al Padre, confesamos en el Credo, de Jesucristo. Cuando afirmaba los cimientos de la tierra –continúa Proverbios – yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día (Prov 8, 29-30). El deleite del Padre es la obediencia de su Hijo que, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, se hizo hombre, murió, resucitó, y fue glorificado junto a Él. Y que, para asistirnos, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), nos confió al Espíritu.
¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 8, 2a), repetimos en la antífona del Salmo. Y, ante su Divina Majestad, en todas sus obras, sólo nos queda preguntarle: ¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? (Sal 8, 5).
San Pablo nos anuncia que vivimos con Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu. Nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza (Rm 5, 3-4).
Al hablar del Amor Trinitario, San Juan de la Cruz, exclama: El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor está muerta… Cuanto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (Cántico espiritual, 11, 11). Y Santo Tomás de Aquino enseña: Es característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos lo vil y caduco, nos convertimos en viles e inseguros: ‘Se hicieron despreciables como las cosas que amaban’ (Os 9, 10). Pero si amamos a Dios, nos divinizamos, porque el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él(1 Cor 6, 17) (Sobre la Caridad, 1. C., 202). De eso se trata: de dejarnos divinizar, con la gracia de la Santísima Trinidad; para comenzar a ser, aquí en la tierra, un canto de alabanza y gratitud por su eterna Gloria.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos (n. 234).
Recuerdo, de los años de la infancia, en mi Rosario natal, con qué devoción leía y releía la colección de libros La religión explicada, del padre Pedro Pablo Ardizzone; publicados por la entonces Editorial “Apis”. En ellos, con claro criterio pedagógico para niños, pero sin diluir ni relativizar las verdades de Fe, se nos presentaba con singular atractivo el Misterio de la Salvación. Y me quedó grabada, entre tantas expresiones memorables, ¡Oh, Trinidad Santísima!; que repito, como jaculatoria, a lo largo del día. En solo tres palabras, se resumen toda la adoración, toda la admiración, toda la alabanza, toda la gratitud, y toda la súplica con que nos dirigimos al único Dios, en tres Personas distintas. Un bello canto tradicional, Cristianos, venid, que entonamos en la Santa Misa, dice: Es un Dios en tres Personas, iguales en perfección, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y no hay más que un solo Dios. Así, con esa sencillez y profundidad para expresar el Misterio, nos estremecemos de gozo, para penetrar en Él; dejarnos hacer hombres nuevos, y ser enviados a testimoniarlo.
Vivir en clave trinitaria es, pues, ser guerreros de un Amor que no defrauda, y que nunca traiciona; como numerosos falsos amores de este mundo, que suelen jurar amor eterno y que, como dice un popular tango, flores de un día son… El Amor del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, que nos sostiene en todas las circunstancias, es garantía de consuelo y esperanza; especialmente, en las horas de tribulación. Se trata, simplemente, de crecer en el desapego a todas las criaturas; en particular, a los falsos dioses, que el mundo, el demonio, y la carne, nos proponen todo el tiempo. Fuera de la Santísima Trinidad, el hombre no se reconoce a sí mismo; y, por lo tanto, pasa a ser un enemigo para sí, y sus hermanos.
El globalismo, de inspiración masónica, que busca dejarnos, en lo inmediato, sin Dios, sin naciones, y sin familia, busca remplazar a la Trinidad con organizaciones como el Foro Económico Mundial; para esclavizar a una humanidad huérfana. ¡Que María Santísima, hija del Padre, madre del Hijo, y esposa del Espíritu Santo; Estrella del Mar, nos guíe en estas aguas embravecidas, hacia el descanso de la otra orilla…!