EL BUEN AMOR EN LUCHA CON LA CONCUPISCENCIA

Un texto de San Agustín que explica
las consecuencias del Pecado Original

Introducción al texto
Se llama Concupiscencia al desorden de las pasiones, que no obedecen a la razón. Por ejemplo: el hombre que no logra dejar de comer lo que sabe que le hace daño; que sabiendo que el adulterio es malo no logra dominarse. etc. etc.

El Buen Amor tiene que luchar contra la Concupiscencia
especialmente con el desorden de la pasión sexual que se llama lujuria.

El Señor vino a salvar el amor humano, que desde la caída del pecado original, está herido y en muchos casos paralítico, languideciente, agonizante y hasta muerto.
Todos los amores humanos deben ser salvados para que sea salvado el hombre perdido en el egoísmo y el desamor. No puede ser feliz sin amar, pero no sabe ni logra amar.
Entre todos los amores, el amor esponsal es el que principalmente y más urgentemente necesita reparación, tratamiento y sanación.

Sólo la revelación divina acerca del pecado original y de sus consecuencias explica lo que ha sucedido en la humanidad y lo que vemos que hoy sucede con el amor humano y la epidemia de fracasos amorosos, matrimoniales y familiares, que nos aqueja.

Aristóteles se asombraba de que siendo la virtud la condición necesaria para la perduración del amor de amistad entre los hombres, – amistad en la que consiste su felicidad -, los virtuosos se corrompiesen y se sumergiesen a sí mismos en la infelicidad, por no poder renunciar a un placer incapaz de hacerlo feliz. El filósofo no conoció la revelación sobre el Pecado Original. Conoció sí el síndrome asombroso que San Pablo describe como “hago el mal que no quiero”, pero no conoció el remedio que san Pablo ofrece.


San Agustín, es un experto en el hecho del Buen Amor y del obstáculo que representa la Concupiscencia. En una entrada anterior remití a su obra sobre “El Bien del matrimonio y la Concupiscencia”.


Ahora quiero ofrecer un texto suyo que es esencial para entender lo que es la concupiscencia, que padecemos como pena del pecado original y que tanto milita contra el Buen Amor.


La Concupiscencia es la desobediencia de las pasiones o apetitos del alma a la razón.
San Agustín nos explicará, en el texto que sigue a continuación, que Adán y Eva, nuestros primeros padres, por haber desobedecido a Dios, padecieron y nos trasmitieron la pena de la desobediencia de su propia naturaleza a sí mismos. Ya no se pudieron gobernar más por la razón y sus descendientes somos avasallados por nuestras pasiones.
Esta es la causa de que el Buen Amor sea atacado y a veces destruido por la pasión sexual desacatada, que lleva el nombre de lujuria.


Dice San Agustín en La Ciudad de Dios,
“… Por decirlo en breves palabras: en la pena y castigo de aquel pecado [original], ¿con qué castigaron o pagaron [nuestros primeros padres Adán y Eva] la desobediencia sino con la desobediencia? ¿Pues qué cosa es la miseria del hombre sino padecer contra sí mismo la desobediencia de sí mismo; y que ya que no quiso lo que pudo, quiera lo que no puede?


Porque aunque en el Paraíso, antes de pecar, no podía todas las cosas, con todo, lo que no podía no lo quería, y por eso podía todo lo que quería; pero ahora, como vemos en su descendencia y lo insinúa la Sagrada Escritura, «el hombre se ha vuelto semejante a la vanidad» [en vez de semejante a Dios].


Pues ¿quién podrá referir cuánta inmensidad de cosas quiere que no puede, entretanto que él mismo a sí propio no se obedece, esto es, no obedece a la voluntad, el ánimo, ni la carne, que es inferior al ánimo?


Porque, a pesar suyo, muchas veces el ánimo se turba y la carne se duele, envejece y muere, y todo lo demás que padecemos no lo sufriéramos contra nuestra voluntad, si nuestra naturaleza obedeciese completamente a nuestra voluntad; pero, a la verdad, padece algunas cosas la carne que no la dejan servir.


¿Qué importa en lo que esto consiste con tal que – por la justicia de Dios, que es el Señor, a quien siendo sus súbditos no quisieron servir -, nuestra carne, que fue nuestra súbdita, no sirviéndonos, nos sea molesta?


Bien que, nosotros, no sirviendo a Dios, pudimos hacernos molestos a nosotros y no a El; porque no tiene el Señor necesidad de nuestro servicio como nosotros del de nuestro cuerpo, y así es nuestra pena lo que recibimos, no suya; y los dolores que se llaman de la carne, del alma son, aunque en la carne y por la carne.


Porque la carne ¿de qué se duele por sí sola? ¿Qué desea? Cuando decimos que desea o se duele la carne, o es el mismo hombre, como anteriormente dijimos, o alguna parte del alma que excita la pasión carnal, la cual, si es áspera, causa dolor; si suave, deleite; pero el dolor de la carne sólo es una ofensa del alma que procede de la carne, y cierto desavenimiento de su pasión o apetito; como el dolor del alma que llamamos tristeza es un desavenimiento de las cosas que nos suceden contra nuestra voluntad”


La Ciudad de Dios, (Libro 14, capítulo 15)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.