EL DEMONIO ENTREMETIDO [2 de 3]

«Me sucedió alguna vez que mi esposo tenía aliento alcohólico…»   ——————->

¡Padre!

Gracias, sus palabras!
Me alientan para seguir un poquito más describiendo estas vivencias 

Dado de que Usted me pide permiso para publicarlo, pienso en dar algunos otros ejemplos que ayuden más a aquéllas esposas que visiten el Blog. 
Y también a las solteras, para que de antemano conozcan al tentador. 
Y también sirvan a los esposos, para que sepan lo que puede estar sucediendo a la esposa y se den cuenta de cuál es la causa que ella le pueda parecerle ausente, distraída, desinteresada, indiferente, lejana, hasta frígida. Es el momento de atender a su alma como condición previa para ayudarla, defenderla del Intruso y lograr el encuentro esponsal.

Lo que estoy describiendo no es más que la realidad humana,
en este caso, femenina, herida por el pecado original y luego regenerada pero
siempre sujeta al embate de tentaciones, intrusiones, distracciones del Entremetido, Intruso y Meterete.

Les cuento ahora acerca de otros pensamientos intrusos que me hacían dialogar con ese tercero entrometido, y que provenían de
esa debilidad femenina nuestra a la que me referí en mi primer correo (sensibilidad y apetito de atención, de ternura en palabras, caricias, aromas, mimos etc.).
En un tiempo el entrometido — aprovechando mi naturaleza de hija de Eva herida por el pecado y proclive a volverme sobre mí misma y desatender al otro — me
hacía prestar atención  a las caricias de mi esposo más que a él mismo, de manera tal,
que a lo único que atendía era a mí misma y mi complacencia, y me distraía de él, de corresponderlo, de atenderlo y recibirlo a él por
entero. También en este caso pude discernir que lo que me sucedía 
era, también, una tentación distractiva. 
Sucede en situaciones como éstas algo parecido
a cuando, en el diálogo con una persona, prestamos atención únicamente a sus
muletillas, nos distraemos de lo que está diciendo de modo que llega un momento en que se
nos vuelve insoportable.
Asimismo me sucedió alguna vez
que mi esposo había tomado algo de  bebida
alcohólica y ya ese tenue aliento a alcohol  me hizo volverle la espalda y ponerme a dormir. Esa ocasión fue una de las pocas veces en que el Meterete me doblegó totalmente y me
disuadió de entregarme. Pero después de
haberme vencido, no me permitía dormirme. Me acusaba susurrándome que quizás era el día en que hubiéramos
podido engendrar el hijo que buscamos. Logró angustiarme y entristecerme, por
más que yo era consciente de que no estaba en el período de ovulación. Pero el
intruso seguía atacándome con sus astucias, acuciándome con pensamientos: «Hubieras
tenido relaciones, pues por más que no estuvieras en el período de ovulación,
para Dios no hay nada imposible…».Reconocía la voz del Malo, pero no
tenía lograba zafar de esa angustia y tristeza en la que me sumergía.
También les cuento que aún después
de haber experimentado la gracia de confiarle a Jesús Esposo del alma el encuentro íntimo con mi esposo terrenal, sin
embargo, en otras ocasiones me olvidaba de confiarme a Jesús. Recién caía en la
cuenta del olvido  cuando reparaba en que el
encuentro no se había producido en sintonía, y recién ahí me
percataba que había estado distraída, luchando contra ese diálogo que me quiere
imponer el Entrometido.
De todas maneras creo que es el
Padre quien, en su bondad y para educarme e instruirme, me hace olvidar, alguna vez, de confiar en su Hijo, para que descubra, después de mis tropiezos, la eficacia de ese previo encomendarle al Señor confiadamente el encuentro esponsal y valore el don recíproco que nos regala. Porque al encomendarme, asumo conscientemente el ministerio de esposa que Dios me
confía y él aparta los obstáculos en mi desempeño de esposa.
A quien lea esto le quiero
advertir que esa confianza que tengo en Jesús Esposo, no es una gracia mística
extraordinaria, fruto de un amor místico elevadísimo. No. Es una confianza
que nace desde la fe y la razón. Es lo que Usted nos ha predicado. 
Y es lo que he
confirmado leyendo algunos testimonios de mujeres que se leo en su libro Me quiero casar. Es una confianza que
nace desde la fe y desde la voluntad, por gracia del Padre.

Su hija, Pía

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