ESI: EDUCACIÓN SEXUAL INTEGRAL EN LA ESCUELA
ERNESTO ALONSO

´EL SEXO EN LA ESCUELA´ y la ESI estatista
Homenaje a Gustave Thibon
Ernesto Alonso

Hace poco releí una de las breves notas que conforman el volumen El equilibrio y la armonía del ensayista y católico francés Gustave Thibon (1903-2001). Una auténtica joya adornada de profundas y luminosas reflexiones de este finísimo escritor que fuera Thibon. Vale la pena recordarlo y merecería su pensamiento y su obra algún estudio que de algún modo nos prevenga del ineluctable olvido al que parecen estar sometidos muchos de los grandes intelectuales católicos de un pasado no muy lejano.

Se trata de El sexo en la escuela , un tema polémico en Francia, y probablemente en Europa, en la década del 70 del pasado siglo. Principia sus consideraciones, Thibon, lanzando algunas diatribas contra la progresía que seguramente acompañó una decisión gubernamental de instalar la educación sexual en las escuelas. Lo que ocurría en Europa hacia fines de los 70, tal vez, los 80; en estas pampas ha comenzado su carrera desenfrenada, oficialmente, a partir del año 2006, cuando se sancionó la ley 26.150, denominada Programa de Educación Sexual Integral, cuyos contenidos se transformaron en parte del diseño curricular escolar a partir del 2008.

Nuestro autor, buen observador y mejor conocedor de cierta tradición religiosa en torno a las conflictivas relaciones entre sexualidad y moralidad, cercana al puritanismo y al rigorismo y que parecía no ver sino pecado de impureza en el sexo, recibe con un optimismo un tanto escéptico esta ola que promueve información en torno a la sexualidad. Dice Thibon que “una sana información sexual presenta muy serias ventajas, en primer lugar la de prevenir a los adolescentes contra las seducciones del erotismo vulgar y degradante que hace estragos en la sociedad actual” (Thibon, G., El sexo en la escuela, p. 250).

Es apreciable advertir en la argumentación de Thibon el profundo cambio valorativo que anima su espíritu, la de un hombre formado en el realismo del sentido común y en la fe católica, y la inspiración que anima la ´nueva ola´ de información con la que se presenta la ESI actualmente. Thibon sostiene que es necesaria cierta y ´sana´ información, dosificada seguramente, con el propósito de prevenir a los adolescentes contra “las seducciones del erotismo”. Por el contrario, hoy, la ESI tiene como propósito, entre otros, aquel de prevenir a las (digamos, “los”) jóvenes de embarazos no deseados; razón por la cual, los métodos de control y prevención de nacimientos – los métodos anticonceptivos – se han convertido en uno de los contenidos inevitables de la enseñanza de la educación sexual.

El erotismo envilecido es el peligro que amenaza a los jóvenes, en el pensamiento de un ´clásico´ como Thibon; por el contrario, el erotismo no representa ningún inconveniente para la ESI estatal; el problema radica en las probables, o más que seguras, consecuencias de dicho erotismo largamente instalado como ´caldo de cultivo´ en la ecología en la que inexorablemente habitan nuestros jóvenes. La ´sexualización´, concentrada en altos niveles y poderosamente difundida en cuanta red social o dispositivo ande circulando por ahí, no es sino un potente catalizador de impulso y energía sexual de chicos poco habituados a la disciplina que requiere el gobierno de los sentidos y el del apetito concupiscible.

La contrariedad no estriba en el erotismo, ni en la práctica de relaciones sexuales – muchas de ellas precoces y sin la suficiente preparación psicológico-emocional -; el obstáculo consistirá, entonces, en la gestación de un nuevo ser viviente, ´resultado´ bastante probable de prácticas sexuales prematuras y habituales. Luego, entonces, sin remover las causas, erotismo y sexualización, la solución ha de buscarse en la interrupción de aquel ´resultado´ – llámese aborto a dicha interrupción – o bien, en la prevención de dicho ´resultado´- empleo de diversos métodos de anticoncepción – supuesto que no se probará jamás la enseñanza y la práctica de ciertas virtudes con vistas a la formación del carácter y la voluntad de los adolescentes.

Agrega Thibon la siguiente consideración, que transcribo literalmente. “Lo que me inquieta no es la iniciación sexual en sí misma, sino la ilustración oficial – y, consecuentemente, uniforme e indiscreta – bajo la cual nos la están imponiendo. Concibo muy bien esta enseñanza a escala familiar o del entorno inmediato, es decir, proporcionada a las disposiciones de cada niño y dispensada según el grado de circunstancias favorables, pero veo mucho peor que todos los alumnos de una clase reciban indistintamente la misma ración sexológica” (Thibon, G., op., cit., p. 250).

En este escueto y preciso párrafo están bien descriptos tanto el problema como la solución de la práctica de la educación sexual. El mal no sería otro que la intromisión estatal en la enseñanza de un contenido tan delicado como la educación de la sexualidad. Lo saludable, por el contrario, vendría de la mano del recto sentido común, al mismo tiempo que la orientación que ha propuesto la Iglesia Católica a propósito de la conveniente enseñanza de estos contenidos a niños, púberes y adolescentes, que no es otra que la atmósfera familiar con vistas a la educación afectiva de sus hijos. Pues es en el marco de la educación de las pasiones, dirían los clásicos, en el que ha de tener lugar la conveniente maduración de la sexualidad.

En los días que corren, la “ilustración oficial” que refiere Thibon no solo es “uniforme” sino abusivamente “indiscreta”, cuando no abiertamente inicua por pornográfica y corruptora. Y la solución es la “enseñanza a escala familiar y proporcionada a las disposiciones de cada niño, dispensada según el grado de circunstancias favorables” (p. 250). Aguda ironía es la expresión de Thibon cuando, refiriéndose a cierta odiosa igualación de información sobre esta materia, la llama “ración sexológica”.

Algún objetor, que imaginariamente recoge Thibon, replicaría preguntando por qué no se puede enseñar ESI como se enseña matemáticas, lengua o historia. Responde nuestro autor sosteniendo que “el problema sexual toca demasiado cerca la afectividad del individuo como para ser enseñado en las mismas condiciones que las matemáticas o la gramática, que no se dirigen más que a la inteligencia y a la memoria. ¿No se corre el riesgo, al exhibir sin discernimiento las más íntimas realidades, ya de traumatizar el alma de los niños que aún no experimentan ninguna curiosidad en ese campo, ya de despertar en los otros instintos aún en potencia y de hacer fermentar en el vacío su imaginación?” (p. 250).

La idea clave en este párrafo es la de intimidad. La sexualidad corresponde al dominio íntimo de la personalidad humana, cuya exhibición sin desmedro alguno puede resultar ofensiva o lesiva de dicha intimidad. El descubrimiento de los afectos requiere un cuidado y un arte delicado, que solo quien conoce y ama al autor y destinatario de ese mundo puede ayudar a iniciar, orientar y acompañar. Una relación personal acompañada de vigilancia y de ternura constituye el clima necesario para penetrar en el universo del corazón humano. La custodia de la interioridad es el único código válido para ingresar en ese mundo; toda información seria sobre esta materia, aún bajo el pretexto de conveniencia y necesidad, corre el riesgo de permanecer en una riesgosa exterioridad que fatalmente terminará provocando daño.

Thibon resume con claridad los desvaríos que pueden provocarse cuando quien recibe toda esa información, no está maduro interiormente para asimilarla. “Rechazo o intoxicación. Así, una información prematura conduce a los mismos desórdenes psicológicos que la ausencia demasiado prolongada de iniciación. Saber mal no vale más que ignorarlo todo” (Thibon, G., op., cit., p. 251).

Traumatizar el alma del niño con información – peor aún, con imágenes acompañadas de vulgares explicaciones, la mayoría profundamente ideologizadas en razón de la ´perspectiva de género´ con la que viene empaquetada la ESI estatal – o bien, despertar intereses dormidos que aguardaban el tiempo oportuno para florecer. He aquí estigmatizados dos serios desaciertos agrupados en esta suerte de ´manía informativa´, más propia de comunicólogos o de los pedantes del marketing. En suma, se trataría de ´informar´ a como dé lugar, sin preocupación alguna por las condiciones psicológicas, madurativas o del desarrollo, del destinatario de dicha información. Estas últimas sí que forman parte de la misión específica del educador, sea el padre, la madre o un buen docente.

Vislumbra, Thibon, un mal aún mayor en este revoltijo de información ideologizada con la que se atiborra la cabeza de nuestros niños y adolescentes. Lo dice con estas palabras. “Que una información demasiado precoz no altere más tarde la admiración del descubrimiento personal. Y que, para evitar las sorpresas en un sendero solitario y mal allanado, se nos ofrezca la monotonía de un camino en el que la perfecta señalización excluye todos los encantos de lo imprevisto” (p. 251).

A la buena y bella prosa, suma Thibon la agudeza de ingenio para salir en defensa del amor como misterio y descubrimiento, advirtiendo los peligros de la racionalización de sus encantos indescifrables, en todo aquello que tiene de inesperado. La incorporación de la ESI-estatalizada en el diseño curricular, se convertirá en “una materia más” con toda la carga de pesadez, aburrimiento y probable estigmatización. O bien, permanecerá como el espacio para despejar las más perturbadoras dudas y las narrativas más torpes, “¿qué pasa si tengo una tía que es lesbiana?”, “¿está mal si, siendo yo un chico, me gusta otro chico?”

Lo cierto es que la semántica LGTBIQ ha copado toda parada y domina ampliamente cualquier esquema de pensamiento, la misma formulación de “preguntas interesantes” y todo tipo de fraseología con la que expresamos nuestros deseos e incertidumbres. “¿No se va a minar el impulso hacia lo desconocido que hace a los verdaderos enamorados? ¿Y veremos surgir de ese crisol de información a un tipo humano que, sabiéndolo todo ´de memoria´, no tendrá nada que aprender ´con el corazón´? (…) ¿Tras la sexofobia de los antiguos educadores, nos dirigimos hacia una sexocracia que terminará por secar las fuentes vivas del amor?” (Thibon, G., op., cit., p. 252).

Es un estupendo pensamiento revestido de la elegante lengua francesa, aunque tengamos la versión traducida. El diagnóstico es tan lúcido como irrecusable. La ESI terminará anegando todo impulso auténticamente amoroso; el cientificismo engañoso de la sexualidad y de la diversidad, montado sobre el aparato ideológico del ´género´, embestirá el amor y la relación íntima entre varón y mujer hasta someterla al abrumador mecanismo de la ´diversidad´, programado de acuerdo con acusadas necesidades solipsistas. Hay que desear a niños y adolescentes “que olviden, el día en que descubran el amor por sí mismos, el embarazoso y estéril fárrago escolar con que se habrá llenado prematuramente su cerebro” (p. 252).

Thibon sueña aún con el ´amor´, pero la ESI de nuestros días ha extinguido de su repertorio de términos usuales la palabra ´amor´. En ocasiones excepcionales asoma tímidamente el término; jamás, sin embargo, para caracterizar las relaciones presentes entre un joven y una chica, o para imaginar el fundamento de lo que pueda ser el noviazgo, el matrimonio y la familia. Claro, también estos últimos tres términos han desaparecido de la ´neo-lengua´ ESI. Una eficacísima operación lingüística. Al parecer, no hay relaciones de amor, aunque fuesen adolescentes, sino solo ´relaciones saludables´, si el sexo libre asegura la protección contra todo riesgo; o, tal vez, ´relaciones de dominio´, si la hegemonía de un ´género´ se manifiesta aplastante sobre el otro.

Una brevísima consideración merecería el absolutismo dominante del Estado y su intervención en asuntos concernientes a la intimidad del hombre, sea individual o miembro de una familia. En esta nota, Thibon no se ocupa del tema explícitamente; empero, puede evaluarse el tópico en razón de la virulencia que ha adquirido la supradicha intervención en un lapso tan corto como va desde fines de la centuria pasada al presente. Con ingenio agudo y mordaz, aunque en otro plano, el profesor Calderón Bouchet no ha podido decirlo mejor. “El carácter abstracto e impersonal tomado por el poder a partir de la Revolución Francesa lo hace más dominador y terrible (…) todas las revoluciones libertadoras han favorecido el perfeccionamiento del aparato estatal convirtiéndolo en la mejor fábrica de enajenaciones hasta ahora conocida” .

El Estado se ha arrogado una suerte de misión religiosa al imponer una ética de lo que está bien y de aquello que está mal, con la firme voluntad de someter a los dóciles y liquidar sin piedad a los rebeldes. El poder estatal provee los dogmas en los que hemos de creer y los ídolos frente a quienes quemar el incienso cívico-democrático. Para completar su destino apocalíptico de bestia adversaria, no aspira sino a desfigurar el amor humano – la espiritualidad del sexo, diría Abelardo Pithod – aquella sagrada cualidad que más lo emparenta con su Creador.

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