ESQUIZOFRENIA DELIRIO IMAGINARIO DEMONÍACO
CONTRA REALIDAD CREADA Y CAÍDA

LAS IDEOLOGÍAS: DELIRIOS PARANOICOS     CONTRA LO REAL

El esquizoidismo-individual, familiar, social, cultural, filosófico, psiquismo sea individual sea colectivo, lo mismo da, tanto en su forma de neurosis como de  psicosis, o como ideología o sea sistema de ideas y doctrinas , es un antifaz o más ún un disfraz completo de su naturaleza o esencia demoníaca. Sus principales signos o síntomas son: 1) El en-sí-mismamiento con la consiguiente desvinculación de la realidad, y 2) La ausencia de empatía, o sea la carencia de vínculos con las demás personas, son los principales signos de su naturaleza. El esquizofrénico es un idealista irrealista y un asocial, por mas que se crea y se proponga como «socialista». 

En el en-si-mism-amiento se desata la imaginación, lo gobiernan sus  fantasías, formas de delirio «soft» y por eso no diagnosticado.

En el plano filosófico, el ensimismamiento delirante de la reflexión filosófica se puede apreciar en la cadena progresiva desde Descartes, Kant, Hegel, Marx, Gramsci, Sartre. En todos ellos desde el «pienso, luego existo» hasta «el infierno son los otros» hay una misma introversión delirante que se vuelve antagónica de partes de la realidad que no calza en su esquema. Ese es el aspecto paranoide de la neurosis esquizoidea y de la psicosis esquizofrénica. Su faceta peligrosa por ser un resorte que dispara la agresión violenta en autodefensa del delirio.

Estas mentes segregaron formas de delirios mentales que ensimismaron tanto al individuo, como a sus creaciones culturales, sociales y políticas. Delirios ideológicos que no sólo perdieron el contacto con la realidad del pensamiento-cultura-hombre realista, sino que, airado contra ellos como enemigos de su delirio, (Robespierre y demás cabezas de la revolución francesa se volvieron contra la monarquía y la nobleza) los agredieron con celo paranoico como opositores a su ideal delirante hasta su abolición cruenta. Ellos y sus  ídolos o ideólas a las que rindieron culto  fueron autores de verdaderas hecatombes de seres humanos.

Las grandes revoluciones, asoman en la historia sus cabezas de una sola hydra: protestante, francesa, marxista, sexista, feminista, transgenérica y transhumanista se suceden como oleadas de un tsunami histórico anticatólico destruyendo el orden natural y sobrenatrual concreto en aras de un delirio multicéfalo.

Si del macro nos volvemos al micro del ámbito de los vínculos de amor familiar y esponsal, lo que aparece como conflictos, o radical falta de empatía entre parientes, padres e hijos (Malaquías 3, 24), o como relaciones de dominación-sumisión etc. son – a la luz de esta perspectiva – fenómenos demoníacos: verdaderos, pensa-monios erigidos en hábitos mentales (neurosis) y por fin en desvinculación-de y odio-a las personas humanas y divinas.

De ahí que la religión católica, que diviniza por la caridad sobrenatural la re-ligación entre el individuo humano y su sociedad familiar, cultural y social, sea el primer vínculo en ser históricamente denostado, condenado, atacado, guillotinado para desarticular toda relación o vínculo entre personas o con la realidad. La simbólica separación de la cabeza y de cuerpo que expresa la guillotina, es un delirio que subyace al existencialismo ateo que separará la fe y la razón de la  existencia, de la vida decapitada .

Si nos volvemos al ámbito de la Religión: el Dios único sí pero sin relación (sin relación con otro Dios porque no lo hay) pero tampoco consigo mismo y en sí mismo (como lo conciben el Judaísmo y el Islam), es un Dios desvinculado en sí mismo y de sí mismo, esquizoideo, imperfecto y en-si-mism-ado. Esa forma del monoteísmo da lugar a pueblos que no logran relacionarse con otros pueblos en pie de igualdad y relación. Son pueblos tribales encerrados o enquistados en sí mismos y oculta o manifiestamente hostiles y enemigos.

Por el contrario, la fe y la doctrina católica, cree en  un único gran Nosotros Divino-Humano, abierto y convocante, no intolerante. Históricamente ambas formas del monoteísmo irrelacional han chocado y agredido a la visión católica por un defecto de comprensión que es más del orden filosófico que del orden teológico.

El mensaje de Jesucristo no innova sin embargo respecto de una antigua tradición bíblica de origen hebreo. Ella se conserva como una visión paleo-hebraica que se conserva en el Targum Neophity, una traducción premasorética del Pentateuco al dialecto arameo palestino de los tiempos de Jesús. En ese Targum se nos conserva una personalización del Verbo o Palabra creadora (memrá en arameo, davar en hebreo) y también una personalización del Espíritu Santo, presentado como: «un Espíritu de Amor de la presencia de Yahvé».

La enseñanza de este texto paleo-hebreo subyacente a su traducción aramea, es plenamente coherente y compatible con la enseñanza de Jesucristo y por lo tanto con la doctrina católica. Trazas de ella muy clara se conservan en el prólogo del Evangelio según san Juan.

Esa visión de la Trinidad en la Unidad es el fundamento de una cultura que constituye un único gran Nosotros divino humano. Es el la que se refleja insistentemente en el Credo de San Atanasio que profesa así: 

Quienquiera desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica: quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente.

Esta es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad. Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. Porque otra es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad.

Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres eternos, sino uno eterno.

Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios.

Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor. Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores.

Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró. El Hijo es solo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos. Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada es primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas las tres personas son coeternas y coiguales las unas para con las otras. Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes. Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad.

Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es pues fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre, nacido en el tiempo. Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana. Igual al Padre, según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad.

Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos, sino uno. Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios.

Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona. Porque, como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo. Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos. A su venida, todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios actos. Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno. Esta es la fe católica, quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse. Amén.

Bibliografía
J. TIXERONT, en Dict. de Théol. Cath. 1,2178-2187;

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