
CONSEJOS A UNA NOVIA
La consulta de una novia
Estimado Padre:
Mi novio y yo estamos de acuerdo en no tener relaciones antes del matrimonio.
Pero algunas veces me resulta difícil no dejar las cosas ir lejos.
Porque veo que él tiende como a perder el control y soy yo la que tiene que frenarlo.
No sé en qué momento él puede olvidarse de su propósito de la castidad en el noviazgo o dejarlo de lado.
Veo que para nosotras las mujeres es más fácil. Parece que supiéramos hasta dónde no queremos llegar. Pero también nosotras podemos dejar de no querer frenar y, en algún momento, podemos querer permitir que las cosas sigan hasta el final.
Por eso sé que tengo la «responsabilidad amorosa» de cuidarlo a él. Defenderlo de sí mismo.
O de esa otra fuerza que parece oscurecer su razón y dominarlo. Siento que soy yo la que tiene que
Y, en el fondo, no me gusta verlo perder así ese gobierno de su pasión. Aunque por momentos me siento halagada de ejercer, sin proponérmelo, esa fuerza de atracción sobre él. Y puedo ceder en querer defenderlo a él de mí misma y del atractivo que me halaga ejercer sobre él.
O quizás me estoy engañando a mí misma y no me esté dando cuenta de que también yo debo defenderme de mí misma y no estar tan segura de que seré dueña de la situación. Y que si no me cuido de mí misma, él no me cuidará.
Hace poco que estamos de novios. Apenas unos meses. Todavía no sé hasta dónde debe ser él mismo el que debe frenarse, o cuándo debo ponerle los limites yo.
No quisiera verlo perder las riendas. Pero me doy cuenta de que si yo no las tomo en esos momentos, él no será capaz de frenar e irá hasta donde yo se lo permita.
Entonces siento que, en el fondo de mi alma, me disgusta un poco verme dueña de una situación de la que debería ser dueño él mismo. Siento que él, que debería ser mi protector, se convierte en un peligro. Y me sorprendo en la penosa situación de tener que defenderme de él como de un peligro, del que tengo que cuidarme yo misma. Me escandaliza un poco su falta de control. Y a veces me duele, porque amenaza lesionar mi aprecio por él.
Tengo este remolino de dudas adentro.
Mi respuesta:
Muy estimada:
Creo que estás planteándote mal las cosas. Quizás por ignorancia. La pregunta correcta no es ¿Cuándo le tengo que poner límite? Ni tampoco ¿Hasta dónde lo puedo dejar llegar?
La pregunta correcta sería: ¿Dónde no debemos comenzar? ¿Qué es lo que no debemos permitirnos empezar?
Durante el noviazgo hay que evitar todos los actos preparatorios al pleno acto matrimonial o que excitan al varón, como son los tactos y besos pasionales.
En el varón, al suscitarse la pasión sexual, disminuye la capacidad reflexiva.
Sobre todo en el varón que no ha tenido trato frecuente con mujeres, como creo que es el caso de tu novio.
La novia debe cuidar la forma de vestirse. Que sea pudorosa, evitando las ropas ceñidas al cuerpo, los vestidos escotados… los abrazos prolongados, los besos apasionados. La cultura musulmana, tan denostada por occidente, no deja de responder a una experiencia cultural. En realidad, la mujer musulmana, más que defenderse del varón ocultándose de él, lo defiende al varón, o defiende el vínculo matrimonial de la erotización precoz de la relación. Ella se desvela solamente dentro de la intimidad esponsal.
El varón debería ser el guardián del alma de la mujer y la mujer debería ser la guardiana del cuerpo del varón. Ella debe impedir que en el varón se enciendan las pasiones que el cuerpo de ella le despierta. Porque la caída del varón en las pasiones físicas enturbia su lucidez mental y racional, que le es tan necesaria para que pueda mirar el alma de la mujer sin distraerse con el cuerpo de ella.
El varón se encandila con el cuerpo de ella como con los faros en la carretera y se sale del camino que debería conducirlo hacia el alma de ella.
Te mando adjunto un archivo con unas cartas de amor para que leas la del 3 de junio de 1927 (Carta número 63) y veas cómo un varón que no está erotizado es capaz de leerle el alma a la novia y explicarle lo que a ella le pasa y de lo que ella no se daba cuenta hasta que él se lo interpreta y se lo explica. [Publicaré esta carta en una próxima entrega]
Y te pongo un ejercicio para después de leer la carta:
Imagina lo que hubiera sucedido si ese varón hubiera venido demostrando apasionamiento sexual con esa novia. Cómo se hubieran acentuado las dudas de ella y sobre todo los motivos para dudar si lo que había en el corazón del varón era amor o pasión sexual. Y piensa si a un varón que no se domina en los tactos y a quien ella ve poco dominado o incapaz de dominarse, hubiera tenido ante ella la autoridad para decirle cosas de su alma y convencerla de la verdad de lo que le dice.
¿No es cierto que el varón pierde autoridad a los ojos de la mujer cuando ella lo ve arrastrado
por la pasión y que no sabe dominarla? Tú misma me escribes que sientes apuntar en ti esos sentimientos. Pues, si eso sucede durante el noviazgo, el mismo noviazgo queda comprometido.
Y un segundo ejercicio es que releas la carta tratando de ponerte en el punto de vista del varón. Y veas como él necesita a su vez que la novia le dé muestras de que lo quiere y le dé a percibir que lo ama. ¿Cómo? Por supuesto que diciéndoselo. Pero sobre todo, acogiendo el amor del varón y albergándolo en su corazón. Mostrándose complacida y agradecida de ser amada y aceptando el amor del varón tal como ese amor es y existe en ese varón.
El amor de la mujer es, dice Julián Marías, amor de respuesta. Amor de aceptación del amor que hay en el otro y quiere brindársele, muchas veces tímidamente, con temor de exponerlo a un rechazo cuando se lo expresa o manifiesta.
Si Dios «construyó» una mujer con la costilla de Adán es porque la destinó a albergar, a ser casa, ciudad, templo. Principalmente templo espiritual, es decir receptora hospitalaria del amor. A la Samaritana se lo dice: ya no se adorará en Jerusalén ni en Samaría, tú estás llamada a ser templo donde se adora en espíritu y en verdad. María «guardaba» albergaba, hospedaba todas estas cosas en su corazón.
El amor humano es de origen divino. El que hay por ti en el corazón de tu novio viene de Dios. Podrá venir a través de un ministro más o menos diestro, más o menos herido, más o menos competente para administrarlo. Herido por la pena del pecado original y quizás también de sus pecados propios, ciertamente lo está. Pero tú estás llamada a ser la hospedera de ese amor.
Quizás tengas que lavar los pies de ese amor, de curar las heridas del camino. Pero por ser de origen divino, ese amor reclama un templo. Y ese templo eres tú. Un amor sólo puede habitar en otro amor. El amor peregrino del varón reclama ser recibido y albergado en el amor hospitalario de la mujer.
Volviendo a algo que te decía antes, también el varón, cuando es y quiere ser bueno, se avergüenza de sí mismo por ese descontrol (sobre todo si alguna vez le ha pasado perderlo) y trata de no ponerse en situaciones de riesgo.
Y eso lo puede tomar ella, cuando no lo entiende, como frialdad esquiva, como falta de manifestaciones de ternura.
Es lo que le pasa a Gimena en el capítulo 7 en el libro «El Buen Amor en el Noviazgo» que también te adjunto para que leas.
El respeto es el cerco que salvaguarda el amor. Y las penas del pecado original en el varón y la mujer provocan a menudo la pérdida del respeto del uno al otro. No es el amor lo que se pierde primero, sino el respeto que protege al amor.
Es el vínculo y la gracia sacramental del matrimonio lo que permite que los esposos se descubran y vean sus propias debilidades y no se pierdan el respeto, sino que se comprendan con misericordia de la pena del otro. Es el sacramento lo que permite no tener miedo de mostrarse ante el otro como uno es, con su debilidad y sus miserias, y ser amado sin pérdida del respeto.
Y por fin, el tiempo del noviazgo es un tiempo en el que ambos tienen que aprender a recibir el carisma del enamoramiento en un vaso herido por las propias pasiones del cuerpo (más en él) y del alma (más en ella).
Eso es un aprendizaje en camino hacia el matrimonio. El carisma del enamoramiento viene de Dios, y está llamado a vivirse luego, durante toda la vida, en ministerio esponsal que también es divino y sacramental.
Y el tiempo del noviazgo es un tiempo para que los portadores del carisma vayan haciéndole lugar al otro en la propia vida y el propio corazón, en vistas a la unidad de vida en el ministerio matrimonial.
Y cuando los dos ya son grandes como ustedes, eso cuesta más. Me refiero a hacerle y darle lugar al otro en la propia vida.
Respuesta de la novia que me consultó:
Gracias, Padre, me ha iluminado mucho lo que me dice y los archivos que me envió. Descubro que estaba en la ignorancia de lo que Usted me dice.