Un Nosotros divino que comienza ahora a abarcar en su ámbito de comunión de vida y pertenencia amorosa – y a partir de la Humanidad de Cristo y de María, y de todos los suyos -, a todos los que creen y viven como hijos de Dios.
Se amplía así el Nosotros y empieza a ser un Nosotros Divino-humano.
Desde Cristo y de la vocación de los primeros discípulos, los hombres ingresan en el parentesco divino al ingresar en la comunión trinitaria.
La consecuencia para la realidad matrimonial – que une dos hijos de Dios en amor esponsal – es que su amor, ya no es solamente una flecha encendida, o una centella desprendida del fuego celestial, o una llama del amor divino que incendió dos corazones humanos, sino que es algo aún más sagrado a lo que se llamará: sacramento.
Este tipo nuevo de matrimonio, entre dos hijos de Dios, funda un nuevo tipo ideal de familia: la familia católica.
. El sacramento del matrimonio
Por el contrario, en la familia católica sacramental, sacra, es Dios mismo Quien ama a la esposa en el ministerio sacramental del esposo, y es Dios mismo Quien ama al esposo en el amor ministerial de la esposa. En el matrimonio sacramento, el ser mismo de los esposos, en cuerpo y alma, es materia de este sacramento.
Su cotidiano y perpetuo consentimiento amoroso es su forma; y ambos cónyuges son asumidos en su íntegra realidad personal, como signo eficaz de la acción divina. El amor esponsal de los hijos de Dios está llamado ahora a algo más que a ser imagen y semejanza creatural; a ser algo más que Alianza análoga. Está llamado ahora a ser participación en la hoguera misma del amor divino. Es, como dice San Pablo, un misterio grande[1], comunión en el amor de Cristo a la Iglesia, de Dios a la Humanidad.
[1] to mystêrion touto méga estin, Efesios 5, 32