LIBRES EN CRISTO. SIN EL VIRUS DE LA ESCLAVITUD

HOMILÍA
Padre Christian Viña
6º Domingo de Pascua
Sagrado Corazón de Jesús de Cambaceres 
17 de mayo de 2020
Hch 8, 5-8. 14-17
SalMO 65, 1ª Pe 3, 15-18
Jn 14, 15-21
Jesús, nuestro defensor ante el Padre, nos promete el envío del otro Paráclito (Jn 14, 16), el Espíritu Santo, para que esté siempre con nosotros. La certeza de su cuidado permanente nos debe colmar de felicidad. Podrán abandonarnos seres queridos, hermanos, amigos, y compañeros, a lo largo de la vida. Podremos experimentar las más terribles traiciones y estafas; incluso, de quienes menos lo pensamos… El Señor, lo sabemos, está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

         El Espíritu Santo es, en efecto, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce (Jn 14, 17). Él asiste a la Iglesia; no nos deja huérfanos (Jn 14, 18). Él vive en su Iglesia.

         Sabernos en la intimidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la Comunión de Amor; en la Santa Madre Iglesia, congregada a imagen de la Trinidad, nos fortalece en nuestro buen combate (2 Tm 4, 7). Llegará la Victoria; jugamos en el equipo de Aquel que venció al mundo (Jn 16, 33).

         En dos ocasiones, hoy, Jesús nos exhorta a cumplir sus Mandamientos, para poder amarlo (Jn 14, 15 y 21). Y el que lo ama, nos dice, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él (Jn 14, 21). Amor con amor se paga; no debemos permitirnos ser ingratos y traidores. Los Mandamientos y las Bienaventuranzas son el único camino para amar a Dios, buscar su gloria, ser santos, y llegar al Cielo. Por eso, debemos implorar, de rodillas, su gracia; para poder cumplirlos.

         En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo Felipe, al predicar a Cristo, en Samaría, logra que Dios confirme en la fe a sus oyentes; a través de exorcismos y curaciones varias (Hch 8, 7). Y cómo luego, Pedro y Juan, llegados desde Jerusalén, les impusieron las manos para que recibieran el Espíritu Santo (Hch 8, 17). Por eso, en el salmo responsorial, como nuestra propia respuesta a la Palabra de Dios, exultamos de alegría, por lo admirables que son las obras del Señor (Sal 65, 3). Él gobierna eternamente con su fuerza (Sal 65, 6-7).

         San Pedro nos exhorta, también, a defendernos delante de cualquiera que nos pida razón de la esperanza que tenemos (1 Pe 3, 15). Esta bella expresión de nuestro primer Papa está en la presentación del Catecismo de la Iglesia Católica; que debemos leer y releer y, sobre todo, llevar a la práctica. Allí, el amado San Juan Pablo II, pedía que la luz de la fe verdadera libre a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8, 32): la de la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo (cf. Fidei depositum, 5). Hoy, estas palabras, son de enorme actualidad. Y, a horas de cumplirse (este lunes 18) Cien años del nacimiento del inolvidable papa polaco, más que nunca debemos darle gracias a Dios por el enorme regalo que nos hizo con su vida.

         Que la luz de la fe verdadera libre a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado… ¡Qué profética expresión para estos tiempos que suelen autodenominarse como poscristianos…! ¡Cuánto debemos hacer para que Jesucristo sea conocido, seguido y amado, por tantos hombres que, a veces incluso con títulos universitarios, renuncian a pensar, y empeñarse en la búsqueda de la Verdad!

         Hoy se nos quiere convencer de que somos más libres que nunca; cuando, en realidad, desde el libertinaje y el descontrol que se promueven desde los gobiernos y, también, desde aún mayores centros de poder, vivimos el peor de todos los sometimientos. Hace unos siglos, los africanos que se traían como esclavos eran conscientes de su condición; y, por eso, luchaban hasta dar la propia vida por su libertad. Hoy no nos sujetan con grilletes o bolas de hierro; nos esclavizan con los medios, las redes, y la propaganda. Y con el endiosamiento de las más ruines depravaciones, se mutila a varones y mujeres, de la cintura hacia abajo. Todo vale para amputar la razón, y reducir a las personas a un puñado compulsivo de los más bajos instintos. Y, de ese modo, aquí y allá, se están sentando las bases de los nuevos, y más o menos descarados, totalitarismos.

         Las pestes funestas que nos invaden –entre ellas este controlavirus globalizado- nos muestran, con patética impudicia, a qué niveles de degradación podemos llegar cuando renunciamos a la verdadera libertad de los hijos de Dios, la de la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo (cf. Fidei depositum, 5). ¡Cuánto nos cuesta reconocer que solo la Verdad nos hace libres! (Jn 8, 32). ¡Cuánto se habla de liberación, sin reconocer que el único que verdaderamente nos libera es Cristo (Jn 8, 36)! Es hora de entender, de una vez por todas, que una liberación sin Cristo o, más aun, contra Cristo, solo puede traernos más sometimiento, más esclavitud, más pestes, y más muerte…

         Magistralmente, Santo Tomás de Aquino, comentando las palabras del Señor, sostiene que liberar en este pasaje (Jn 8, 31-32) no se refiere a quitar cualquier angustia…, sino que propiamente significa hacer libre, y esto de tres modos: primero, la verdad de la doctrina nos hará libres del error de la falsedad…; segundo, la verdad de la gracia nos librará de la esclavitud del pecado; y, tercero, la verdad de la eternidad en Cristo Jesús nos librará de la corrupción (Comentario sobre San Juan). Con absoluta claridad, también San Juan Pablo II, nos advirtió que: Ser liberado de la injusticia, del miedo, del apremio, del sufrimiento, no serviría de nada, si se permanece esclavo allá en lo hondo de los corazones, esclavo del pecado… Es en el corazón del hombre donde se sitúan las raíces de toda sujeción, de toda violación de la libertad (cf. Mensaje para la Jornada de la Paz, 8 de Diciembre de 1980).

         Hoy, los poderosos del mundo, que se valen de esta peste para seguir imponiendo su agenda contraria a la libertad, la vida, y la familia, nos hablan de una nueva normalidad pospandemia. Van preparando el terreno, de ese modo, para que nada sea igual; se siga cortando la libertad, y se nos trasforme en marionetas virtuales del mundialismo sin Dios, de inspiración masónica. Por ejemplo, en China, desde donde salió este virus, los comunistas en el poder siguen derrumbando templos, y persiguiendo cruelmente a los católicos. Las viejas purgas rojas hoy gozan de excelente salud; y amenazan con propagarse con mucha más virulencia que este virus

         Que María Santísima, aurora del mundo nuevo, nos dé sabiduría y coraje para luchar por la verdadera libertad de los hijos de Dios (Rm 8, 21). Y que seamos, de ese modo, auténticos hombres nuevos en Cristo.

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