MADRES FORMADORAS DE FUTUROS PADRES [2 de 3]

La Dulcinea del Quijote refleja, una realidad aunque humorísticamente: cuánto le importa al varón la opinión de la mujer que él ama y admira, y cuánto está dispuesto a hacer sacrificarse por hacerse acreedor de su admiración y su respeto. 


Cuenta San Ignacio de Loyola en su autobiografía, que en el aburrimiento de su larga convalecencia, se paraba a pensar tres y cuatro horas sin darse cuenta,  imaginando lo que había de hacer en servicio de una dama, «los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba,  las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio» [Autobiografía 6].

En la mujer digna hay una capacidad de inspirar en el varón el deseo de hacer grandes cosas por ella, por merecerla, por demostrar que la merece. Ella es capaz de elevar al hombre a las esferas del espíritu o de sumergirlo en la instintividad descontrolada y deshumanizadora. Puede hacer del hombre un caballero o un cerdo. 
Y también la mamá, puede desde pequeñito cultivar en su hijo las capacidades espirituales fomentando en él con el elogio de lo bueno la inclinación al sacrificio por los gestos y los ideales nobles. O puede cultivar en él la satisfacción de los apetitos de la gula, del egoísmo, la comodonería y la violencia. También de su varoncito puede sacar un caballero o un lechón, un hombre o un mono. Suele haber una cierta simetría en lo que una mujer sabe hacer de su novio y de su marido y lo que hace, después, de sus hijos.
Volvemos a encontrarnos aquí con el designio de Dios al crear a la mujer: poner ante Adán «una ayuda semejante a él», sin la cual habría quedado solitario habitante de un planeta de animales. Por ella, con ella y ayudado por ella, el varón podría ser estimulado y levantado  a la vida del espíritu, a la amistad matrimonial. Pero por efecto del pecado original, es justamente ella la que lo induce  a la regresión a lo instintivo. Todo depende de que la mujer asuma de nuevo, por gracia, el rol que Dios le asignó por creación: que dignifique al esposo y que lo haga hacerse digno de ser admirado por ella.

[Tomado de mi libro: La Casa sobre Roca. Noviazgo, amistad matrimonial y educación de los hijos para el matrimonio. Editorial Lumen, Buenos Aires 2005, página 144]

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