«Yo no quiero el espermograma
pero ella no entiende mis razones»
De Gerardo
Padre,
muchas gracias por sus consejos. Le pido oración por nosotros. Desde un comienzo yo estaba en contra de que ella se hiciera esos estudios, pero a pesar de intentar decírselo y pedirlo en la oración, ella no me entendió y quizás tampoco yo me supe expresar convenientemente, como muchas veces me pasa. Quizás por mi falta de fe, de luz, firmeza, de fortaleza, no quise imponerle que no se haga los análisis, en verdad no sé si puedo o debía hacerlo.
Por mi parte no quiero hacerme los estudios y tampoco quiero que ella se los haga y siga con este tema. Quiero esperar que Dios si quiere y cuando quiere envíe los hijos. Esto he intentado decirlo a mi esposa, pero ella no lo entiende como yo y tampoco lo quiere así me parece. Y creo que es por ansiedad en ella que puede venir de una poca fe y gracia (me cuesta decirlo, pero así veo, pienso, creo).
Si permití que ella se hiciera los estudios, lo hice, por debilidad mía y por no contrariar a mi esposa, que ella estaba decidida que tenía que hacerlos.
Aunque en mi fuero externo consentí en que lo haga, interiormente no estoy a favor de ello y prefiero no haberlo hecho y no seguir con estos.
Respecto a los estudios para mi cuerpo, yo no quiero hacerlos, y según mi conciencia y la Fe no debo hacerlos, pero estoy tentado a hacerlo por mi esposa y porque encima me he puesto en manos de Dios en la oración para que los sacerdotes, esos que yo les comenté, me dieran la respuesta departe de El, pero sé que esa respuesta a mi fe no respondieron y en cambio la que usted me da es la que yo espero. Pero la que usted me da mi esposa no la va a entender. Entonces no sé qué hacer. Si yo debo actuar según mi fe no debíamos hacer los estudios de
ella y tampoco yo debo hacerme los estudios y esperar que los hijos vengan si Dios quiere y cuando el quiere.
Pero mi esposa no lo quiere así y ella no entiende mi postura, que estoy convencido por la fe que es la correcta y la que Dios quiere, pero no tengo la fortaleza, quizás, para sostenerla por debilidad a mi esposa: no sé si me entiende.
Bueno de todos modos con esto que usted me dice, puedo plantearlo nuevamente en la oración y luego con mi esposa. Que la Santísima Virgen nos ayude. Padre, ¿usted puede darme consejos de como plantear esto a mi esposa? Además de que seamos un matrimonio joven (ella tiene 24 años y yo tengo 28) y de nuestro poco tiempo de noviazgo (dos años) y de nuestro poco tiempo de casados (poco menos de 2 años) creo que en esta materia (por la cual le escribo el mail) y en otras cosas (vida espiritual, oración, etc.) nuestro problema está en que tenemos un crecimiento diferente en la fe.
Sé que mi esposa y yo debemos caminar en la misma dirección en todo, pero no sé cómo hacerlo. Por ejemplo si yo me planto en mi posición, aquello que le dije y le comenté que es
lo que creo (y en la que buscado confirmación en los sacerdotes que he consultado y no la he encontrado excepto en usted) es un bien para mi esposa también? Mas allá que en el momento presente nos ocasione muchas dificultades y dolor y creo incomprensión mutua.
Gerardo
Mi respuesta a Gerardo (Primera parte)
Gerardo:
Haría Usted muy mal en obedecer a su esposa antes que a Dios. Sería un grave error. Pero aunque no sea justificable, es bien explicable. Porque fue el error de su padre Adán. Comió del fruto por complacer a su mujer. Dios le había dicho a Adán, antes de la creación de Eva, que no debía comer de ese fruto. Eva lo sabía por Adán, su esposo. Pero no sólo desobedeció a Dios y a su esposo juntamente, sino que incitó a su esposo a la desobediencia.
¿Entiende cual es el mensaje de la Sagrada Escritura para Usted? No es Usted el que debe obedecer a su esposa cuando ella le exige algo que Usted sabe que Dios no quiere. Sino que Usted es quien debe ponerla cariñosa pero firmemente, ante la voluntad objetiva de Dios.
Si Usted sigue cediendo a la voluntad desviada de su mujer, la perjudica antes que nada a ella, complaciéndola con una condescendencia culpable porque es dañosísima para el alma de su mujer. Pero el perjuicio de su esposa se volverá inevitablemente contra Usted.
Usted debe ser a la vez amoroso y firme. Sin ensarzarse en discusiones. Porque es la firmeza de la razón del varón iluminada por la fe, la que en el esposo comunica la gracia de Cristo a la Esposa. El débil ha sido Usted. ¿Va a seguir cediendo, contra la razón, contra la fe, contra la voluntad de Dios y contra la verdad? ¡Pero qué Caridad verdadera puede haber en la mentira o en el error?
¡Por Dios! ¿Para qué me hizo perder tiempo si al fin va a actuar contra su propia inteligencia y razón por una falsa condescendencia con su mujer y para perdición de ella!? Pida al Señor la virtud de la fortaleza que nos anima a ser valientes y sufridos como buenos varones para dar cara a la dificultad y padecer las dolorosas consecuencias de empeñarnos por hacer el bien.
Lea Efesios 5, 21 -33 y verá que el varón debe morir (a su pasión, entre otras cosas) por el bien de su esposa y que, a un varón así, la esposa debe obedecerle y sobre todo puede bedecerle.
Porque no es que la mujer “no quiera” obedecer, sino que a consecuencia del pecado original, si no es con la ayuda de la gracia «no puede» obedecer. Y solamente el amor tierno y bondadoso, compasivo pero firme del esposo, que se concede por la gracia del sacramento del matrimonio, puede sacarla de la cárcel que es, para ella, su propia voluntad inflexible.
Pregúntese qué hay en Usted que obstaculiza que su esposa le obedezca. Pregúntese por qué no tiene suficiente autoridad ante ella. Por qué su razón de varón está quizás desautorizada ante su esposa. ¿Es quizás porque ella es testigo cercano y directo de que su razón no gobierna sus propias pasiones de varón?
Usted ni pestañea y se somete a una voluntad empecinada y caprichosa, absolutizada y que no reconoce límites ni de parte de Dios. Pero ¡es que Usted está llamado por Dios, en virtud de su ministerio esponsal, a abrir esa cárcel interior del caprichos en que está presa su princesa.
Disculpe el lenguaje duro, pero así le hablaría si Usted fuera un hijo mío, por su bien y el de su mujer.
Lo que ella no entiende, ¡que no lo entienda! pero que se guíe por lo que Dios dice y que caiga en la cuenta de que no es a Usted, sino que es a Dios a quien lo no entiende. Usted no puede desoír su propia conciencia por oír o complacer a su mujer. Póngale a ella su conciencia por luz del camino y por norma salvadora.
Usted le puede leer mi respuesta a su esposa, aunque piense que no va a entender ¿Por qué dice Usted de antemano, con tanta convicción como miedo, que ella no va a entender? ¿Qué sabe Usted? Si Usted reza y pide el Espíritu Santo para que desengañe a su esposa, no le concederá el Espíritu Santo, por la oración del Esposo, que tiene gracia de estado, no le va a conceder gracia – digo – la iluminación y la conversión al corazón de la esposa?
Ud. teme más disgustarla de lo que desea salvarla. Lo que exige de Usted como esposo la fe no lo tiene tan claro. Si persiste en su perniciosa condescendencia con la tentación de su mujer, que Ud. reconoce que es una tentación, la dejará a merced de la mentira de la serpiente.
La verdad no está sujeta a un dos a uno, ni a votación o empate. Basta que uno la diga para que pueda valer. Usted abandona el juego con los triunfos de Dios en la mano…
Continuaré mi respuesta después porque ahora debo interrumpirla y disculpe porque he tenido que redactarla de prisa y sin tiempo a corregirla bien.
Padre Horacio