Dice, en efecto, el Cantar de los Cantares “Porque fuerte es el amor como la muerte [o
más que la muerte], obstinado como el abismo, saetas de fuego sus saetas, una llamarada de Dios” .
Dios es un Fuego de Amor del que se desprenden llamas, que son las que arden en el corazón de sus creaturas, que han sido creadas a imagen y semejanza de esa hoguera del amor divino, siendo cada una de ellas como una lengua de fuego, imagen y semejanza del amor divino.
El Cantar de los Cantares contiene enseñanzas importantes acerca del matrimonio, ya que nos dice que el amor humano es una centella o una chispa, o una flecha de fuego desprendida del amor divino, una participación creada en el amor divino. Y esto confirma la doctrina del Génesis que dice que somos imagen y semejanza de Dios. El Cantar la confirma y de alguna manera la explica. Nos dice que lo que hay en el corazón de la creatura humana tiene origen divino. Está en la creatura por creación. Pero… después – nos continúa revelando – la creatura ha sido herida por el pecado.
Por eso, no hay verdad acerca del amor humano si no es dentro de la verdad del amor divino.
No hay aguas capaces de extinguir el amor
¡Qué visión tan extraordinaria ya en el Antiguo Testamento, en el Cantar de los Cantares, de lo que es el amor esponsal! Nos dice la Sagrada
Escritura que por más que el pecado original haya herido al amor, no logra destruir la obra de la creación divina. Es una participación de las creaturas que las hace imagen y semejanza del Fuego de Dios. Y sin embargo, aunque ese amor no puede ser extinguido por muchas aguas, ni por la muerte, necesita ser sanado, como vamos a ver, porque está amenazado y herido. “Muchas aguas no pueden extinguir el amor ni los ríos anegarlo”, o “Muchos mares no podrían sofocar al amor”.
Y “si alguien diera todos los haberes de su casa por el amor, sólo lograría desprecio” . Si alguien quisiera comprar el amor con todo lo que tiene, no podría obtenerlo.
¿Por qué? Porque es una Gracia, un Don. Es algo que se recibe y al mismo tiempo es algo que necesita ser sanado y salvado en el corazón de los hombres.
Hay que estar preparado para recibirlo, ser dócil al don divino del amor.