1948 CUARTA PARTE JULIO AGOSTO
No tengo que pensar en los resultados, ni en porqué, ni cómo. Sólo tengo que obedecerte, no dejando pasar una oportunidad de ayudar a los demás con lo que sea: así sea con una sonrisa o con el sólo hecho de incomodarse verdaderamente.
JULIO
13 Cristo, perdóname estos días de frialdad, de duda y de indiferencia. Perdóname mi tristeza.
Este apagarse sin motivo de la llama invisible, que primero me aleja de Ti, Verdad Incomprensible, después como si rebotara contra esa pared de angustia, me hace arrojarme en Tus brazos. Oh no, no en Tus brazos ni aún siquiera a Tus pies, sino desde muy lejos arrodillada, mirando hacia Ti. ¿Qué soy yo, que estoy aquí escribiendo, cuando debiera saber rezar callada, creer y amar como dice en los libros, como leo siempre sin aprender nunca nada?
AGOSTO
17 Vengo de la estancia. Yo pensaba allí, mientras miraba los árboles y el verde del pasto, y caminaba al sol y al viento: no comprendo cómo puede decirse, al ver un árbol florecido, el agua quieta entre los juncos: “Esto glorifica a Dios”. No, no me eleva a mí a Dios, la naturaleza; a no ser, en cierto modo, en un sentido negativo: cómo la ausencia de Dios me recuerda a Dios. No, yo no siento en la naturaleza nada más que vida, y lo que en mí forma parte de esa vida. Una vida que está allí toda entera, en el momento, sin trascendencia. “Mi hermana el agua” y “mi hermano el sol”, son los hermanos de mi cuerpo, no de mi espíritu. En este mundo de la naturaleza, ni la muerte necesita explicación. Yo siento en mí que algo se explaya y reposa, como esa agua quieta del tajamar. Dios no está en la naturaleza sino en mi espíritu.
Pero a medida que me iba acercando a la ciudad y a los hombres, a la vida que ya no es la vida aquella de la tierra y el aire y el sol, sino la que uno mismo construye con la inteligencia, entonces vuelvo a encontrar la inquietud y la insatisfacción; y con ellas a Cristo, que es la única razón y la única explicación. Más que nunca creo, ahora, que hay en nosotros como dos vidas separadas: la del cuerpo y la del espíritu. Y que la del espíritu es la más alta, porque es la que nos distingue y nos es propia: la que hace de nosotros hombres, seres que sólo logran su realización en el desarrollo del espíritu. Porque yo no soy solamente esa: la que vive al ritmo del viento, y del sol y de los árboles. Eso que, en mí, vibra al compás de ellos y forma con ellos una sola cosa y que en ellos se satisface, eso es mi sangre y mi carne. Y ellos tienen también como una especie de alma, que se deleita y goza, que reposa y se siente feliz. Esa alma es un alma estética, y totalmente egoísta: para la que el bien y el mal no existen, en la que no hay valores intelectuales ni morales, sino un mundo de puros valores sensitivos.
Verdaderamente vivo yo, en cierto modo, como viven los animales y las plantas y la luz. Pero hay otras yo que juzga, que observa y juzga, y que hace que no sea posible, ni verdadera, esa sola vida natural. Otra yo que dice: “Sin embargo, aunque esto es lo que me seduce, y lo que amo y me hace sentir satisfecha, lo satisfecho en mí no es yo sino mis ojos y mis manos, y mi oído y mi olfato.
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27 Fui a verla a Fräulein [“La Fräulein”, niñera -institutriz alemana, “institución” a la que se recurría en la familia paterna de la autora- y ella misma en su familia- para la educación de los chicos. No sabemos si este episodio se refiere a la que fuera su propia institutriz, o de sus hijos.] al hospital. Una vez le dije que me hiciera el gusto de confesar y comulgar. No se lo diré más, porque no es necesario. No son mis palabras sobre Dios las que pueden acercarle a Él, sino el amor que sienta por ella y que ella sienta en mí, y que no es mío. Pero ¡qué audacia, Oh Jesús, qué audacia la mía, pretender ser yo, tan indigna, la que te lleve a los demás! Yo voy hacia esa mujer pensando en ya no sé más qué. Fui, al principio, para buscarte allí, en el sufrimiento de los demás, pensando: “así comprenderé Tu dolor”. Y era ir por mí. Ahora voy, ¿para qué? Creo que solamente para esto: para darte un gusto. Y me encuentro con que ese darte un gusto se ha transformado, tal vez, en un servirte Tú de mí. No tengo que pensar en los resultados, ni en porqué, ni cómo. Sólo tengo que obedecerte, no dejando pasar una oportunidad de ayudar a los demás con lo que sea: así sea con una sonrisa o con el sólo hecho de incomodarse verdaderamente.
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