1948 TERCERA PARTE MAYO Y JUNIO
LA ACTITUD DE LA IGLESIA
Y seguí pensando en mi diario. Lo único que, en mi vida, es distinto de otras vidas; lo único que he realizado y es propiamente mío, y lo único que poseo, es ese diario. Y pensé: yo quiero servir a Dios y a la Verdad, y sueño con situaciones y gestos que jamás realizaré. Y este diario es real. Y tuve, de pronto, la seguridad de que esto y no otra cosa es mi trabajo, mi obra. […] ¡Oh Dios, Oh Verdad, Te entrego mi vida, mi inteligencia, todo lo que soy! ¡Oh Cristo, dirígeme, que sea yo tu instrumento! Yo misma, no otra, yo, la que todos conocen. Que sean instrumentos tuyos: mi inteligencia, mi alegría, mi amor a todas
las cosas de la tierra. Y hasta mis defectos. Permanezca yo atada, para siempre, a la Verdad.
MAYO
6 Ayer, discutiendo con M.L. sobre la actitud de la Iglesia, el eterno tema. Porque no es tonta, y porque es una de las pocas personas que discuten con algún interés por llegar a la verdad, la discusión me ha sido provechosa: descubrí cómo tengo que discutir, y dónde y en qué momento la discusión se transforma en un griterío completamente vano. Uno discute siempre estúpida e inútilmente porque no va a la raíz, que es donde está el error del adversario. Allá arriba, en las ramas, ella o yo podemos tener razón; las dos tenemos argumentos y la discusión es un sacudir ruidoso del follaje, confusión y dispersión. Ir a lo esencial en la discusión, obligar al adversario a descender a la base.
“La Iglesia busca su conveniencia”- dije-. “Exactamente, eso es lo malo”, contestó, y de allí partió para criticar y escandalizar. Yo debí haberla frenado, y haberla hecho dar marcha atrás: volverla a esa frase de donde partió: “¿cuál es la conveniencia de la Iglesia?, ¿poder material?”. Escandalizada, lo hubiera negado. “¿Cuál es?, ¿lo que conviene a la Iglesia, no es acaso lo que conviene a Cristo?” ¿Puede equipararse “la conveniencia” de la Iglesia con la de cualquier otro poder político? Si yo consiguiera dominarme, no dejarme llevar por la pasión, ¡qué fácilmente podría trasmitirle a una católica como ella –lo que a mí me han enseñado!
“Tú eres una mujer inteligente”, me dijo. Eso llevo ya ganado, de entrada, ante tus ojos, y por eso, no lo negué. ¿Qué debe ser mi inteligencia? Solamente, no perder de vista lo esencial, y conservar una frialdad de hielo: no indignarme, no entusiasmarme con mis propias palabras, no querer brillar ni imponer mi opinión. Llevar al otro suavemente, pero derechamente, a la verdad.
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7 La calle estaba casi desierta. Yo bajaba a la barranca; enfrente mío el cielo gris y suave. Caminaba despacio, y una gran serenidad había en mí, y fuera de mí. Iba pensando, y me parecía estar sola: no me acordaba de mis hijos, ni del pasado ni de ningún ser humano. Estaba sola y sin pasiones ni problemas, frente al cielo gris del otoño. Pensaba en mí misma, pero sin angustia y sin entusiasmo.
No, no habrá nada extraordinario en mi vida, no seré más que “una mujer inteligente”, en el grupo reducido de las personas que me conocen. Para nada de lo que yo imaginaba, tengo las condiciones que se necesitan. No seré una dirigente de nada, ni ocuparé jamás una posición. Mi vida seguirá siendo lo que ha sido, pese a mis sueños de grandeza. Mi rol no es hablar en una Cámara de Diputados, sino mano a mano y en la intimidad. Porque, además, desapruebo la vida pública de las mujeres, me rechaza, me es desagradable. Seguiré siendo “una mujer inteligente” que vive una vida vulgar. Mi inteligencia no trascenderá de los que tengo a mi lado. Si me hubiera casado con un “hombre público”, quizás hubiera sido distinto. Pero mientras me veía a mí misma caminando tan despacio, yo sabía exactamente las posibilidades de mi vida, y ni me gustaban ni me disgustaban, me eran indiferentes.
Y seguí pensando en mi diario. Lo único que, en mi vida, es distinto de otras vidas; lo único que he realizado y es propiamente mío, y lo único que poseo, es ese diario. Y pensé: yo quiero servir a Dios y a la Verdad, y sueño con situaciones y gestos que jamás realizaré. Y este diario es real. Y tuve, de pronto, la seguridad de que esto y no otra cosa es mi trabajo, mi obra.
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18 Que Cristo haya dejado de ser una sombra, un mito, para transformarse en un ser –un ser de quien, si me acerco para conocer sus Misterios, “dimanará una virtud”-, eso que es extraordinario, me parece, hoy, normal, ¡sencillo!
Creo en Cristo. Pero sé que no sólo yo intervengo en este creer. No soy yo la que con su sola voluntad cree, sino que Cristo me hace creer. Como las dos manos de un amigo, pesando sobre mis hombros. Tan ciega estoy, todavía: tan como la criatura que nada sabe y nada capta, ni comprende. Pero a las dos manos del Amigo, las siento, aunque no vea Su rostro. Adonde esas manos me conduzcan, presionando sin violencia –tan suavemente que no son ellas que me llevan sino yo que me dejo llevar- a donde me quieran llevar, voy con alegría.
Siempre quisiera representarme así a Cristo. No a mi lado: ¿acaso somos dignos de caminar al lado de Él? –y al lado es, también, separado de mí-. No al lado, sino así: las dos manos sobre mis hombros. Las manos de Aquél que está tan alto por encima mío.
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29 La Acción Católica, otra vez. Señor, ¿qué quieres que haga? Pero no me responde. ¿Será porque no creo en la Acción Católica, que siento esa incertidumbre? ¿O es porque mi individualismo rechaza toda disciplina y organización? ¿O es, sencillamente, porque no quiero incomodarme?
El padre Moledo me está diciendo “entre”, sin decírmelo directamente. Tengo que ir a verlo. Mi entrada en la Acción Católica, ¿significa mi entrega total a Dios? Y si eso significara ¿estoy realmente dispuesta a entregarme totalmente a Dios? Creo que sí, a veces. Pero, otras veces, oigo todas las voces de la duda, y entonces tengo miedo, y mi fe es como una llama pequeña que vacila y se apaga. Y la vida me reclama.
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31 No puedo escribirlo. Si fijo aquí las palabras, es el paso definitivo, ya dado. Esta mañana, después de comulgar, en mi espíritu lo había resuelto. Pero es como si me pesaran piedras, en las manos y en los pies. No quiero – y tendré que hacerlo.
Si yo creo realmente que lo recibo a Cristo; si creo que está en mí, y que me reviste de Si para que lo manifieste; si creo que eso es el Sacramento de la Eucaristía, y que eso significa entregarse totalmente a Él: entonces sé que en ese “totalmente” está contenida, para mí, la Acción Católica, y no una sociedad de caridad cualquiera. Precisamente ésta, que está unida a la Iglesia y abarca todo, y que exige de mí todo. Que me obliga a poner en práctica, a vivir, aquello que, mientras permanece en nuestro espíritu solamente, es fácil y agradable: y falso. Falso, sí, teatro y farsa. Que se derrumbará, como toda mentira. ¡Oh, Dios mío, vivir, ser una mentira! Sé que mi elección ni siquiera elección debería ser. Porque lo que hay es, de un lado, la nada, y del otro Dios. ¡Y todavía dudo!
Con razón he temido siempre a mi imaginación. Imaginación de mi amor a Dios, un Cristo que está allí entre nubes de incienso, ante quien nos arrodillamos y sentimos consuelo, y que nos deja después libres para seguir después riendo y gozando. Ese Cristo no durará mucho más para mí: un día me encontraré ante la nada, y habré perdido y no podré recuperar jamás al Verdadero.
Ahora, mientras escribo, no dudo, no vacilo. Pero mañana, cuando me encuentre, no ante palabras ni ideas, sino ante el hecho material, olvidaré. Se rebelará mi sentido común, mi deseo de gozar, mi haraganería, mi frivolidad.
JUNIO: ENTRADA EN LA ACCIÓN CATÓLICA
1 Ya está tomada la resolución, y no puedo echarme atrás. Para eso lo fui a ver al padre: para que mis palabras me ataran. Las dije. El paso de lo que existía solamente en idea, a lo real, está dado. ¡Oh Dios mío, Dios mío, afirma mi fe!
Ayer no quería; hoy, ese querer o no querer ha quedado atrás. Ya no interesa, desde que, no queriendo, sin embargo he entrado a la Acción Católica. Hoy estoy en un estado de indiferencia absoluta: supongo que será la reacción por lo que me he violentado esta mañana.
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2 ¿Por qué estoy llorando? ¿Qué es esta tristeza, estas lágrimas que no puedo contener, yo que nunca lloro? ¡Tanto me duele, Dios mío, entregarme a Ti! Mi libertad, mi orgullo, lo que más he amado en mí: sí, más que nada, mi libertad. Nunca me sometí, nunca me rebajé a obedecer normas y reglas estúpidas, convencionales. Y libre, libre he sido siempre, en mi alma y en mis gestos. ¿Y si esto, ahora, fuera mentira? Pero no, ¡Oh Jesús, no, yo sé que estoy en la Verdad! Y que este doblegarme, este entregarme, tenía que ser.
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3 Arrodillada ante el Santísimo, Dios mío, Te adoro, y Te amo. ¡Oh Verdad, por fin hallada! Te adoro y Te doy gracias. Podrá velarse Tu rostro, no importa, yo sé que existes, y que volveré a verte, más claro y más resplandeciente. Un instante Te entreveo y comprendo, y sé a Quién adoro. Luego desaparece. Mi propia naturaleza, y el mundo que me rodea, lo cubren de cosas. A través de la Naturaleza, a través de la Belleza, a través de mí misma, siempre fui buscando y encontrando una pequeña verdad. Y he desembocado frente a una Hostia en una custodia de oro. He llegado al término, más allá no hay. Hay solo un ir viendo más claro, ahora.
¡Oh Dios, Oh Verdad, Te entrego mi vida, mi inteligencia, todo lo que soy! ¡Oh Cristo, dirígeme, que sea yo tu instrumento! Yo misma, no otra, yo, la que todos conocen. Que sean instrumentos tuyos: mi inteligencia, mi alegría, mi amor a todas
las cosas de la tierra. Y hasta mis defectos. Permanezca yo atada, para siempre, a la Verdad.
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25 Pensando en ese pedido que me hicieron ayer, de ayudar en la cuestión de los desplazados. Estaba medio resuelta a negarme: no me interesa el problema, hay otros trabajos que me parecen más importantes, a éste no puedo entregarme toda entera. Pero hoy, después de comulgar, pensé: si me quiero entregar a Cristo, el que me apasione o no la caridad que me proponen hacer, no tiene sentido. ¿Qué es lo que me exige, qué significa mi vida vivida en Él y no en mí? Simplemente esto: ir recogiendo en el día, en el momento que voy viviendo, todas las oportunidades que se presenten de “amar al prójimo por amor a Él”. La ocasión que se presentará mañana, mañana se resolverá. Es la del momento presente, la que hay que aceptar. Negarse, por lo que el mañana pueda presentar de más eficaz o más interesante, es seguir viviendo en la fantasía, es no obrar. Es amar a Dios sentimentalmente y en la mentira
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