SUSANA SEEBER DE MIHURA 1946/2 [44]Abril a junio
De cara a Dios y al mundo

«Quiero vivir en la verdad. No quiero vivir más en la superficie de las cosas. Y lo quiero por mí y por los chicos; porque no podré enseñarles eso, si yo no siento, sincera y conscientemente, lo que les digo. Todos los actos de justicia, de belleza y de bondad, para ser verdaderos, tienen que referirse a Dios: eso he comprendido ahora. Y yo quiero para mis hijos, no que sean perfectos, ni siquiera extraordinarios: quiero que su vida, por mediocre y pequeña que aparezca, sea verdadera y no falsa. Así, ahora, no pretendo hacer otra cosa de mi vida más que lo que es, pero quiero que eso que es, sea verdadero».

AÑO 1946 ABRIL a JUNIO

           13        (En Buenos Aires) Acordarme, para dos cuentos. En lo de R. “la inmensidad de los cuartos, que hacen que estén todos separados. Muy buenas relaciones, pero nunca demasiado cerca como para incomodarse, ni discutir”. Y otro: un té de señoras, comentando el caso de N.N. (“como pudo, con hijos, etc.”). Y cuando todas se van, la misma que ha dicho eso, sentada sola delante del fuego, piensa, en su más hondo yo, que aunque no llegue a los hechos, en su imaginación ha engañado, ha mentido, etc., etc.

 ***   

 20        Tener a Dios como fin de todo lo que hacemos y somos. Vagamente lo comprendo. Amar a Dios: mientras leo, me parece lógico y sencillo. Eso pensaba mientras almorzábamos. De pronto vi a Ricardo, no con mis ojos que lo estaban mirando, sino que tuve conciencia de él con todo mi cuerpo. Se reía, con el tenedor mal agarrado como siempre, y entre él y yo estaban las rosas coloradas del centro de mesa. Y, como la llama que brota de pronto de las brasas, sentí: “Esto es mi realidad. Esto es mi verdad. Mis hijos y las rosas, y, afuera, los árboles y el cielo”. Y Dios me pareció infinitamente lejos, como una nube muy alta en el cielo. Entre Él y yo están esas rosas y ese amor. Y, sin embargo, sé que está ahí. Pero en mi “carne”, con mi pasión y mi sentimiento, no puedo acercarme, porque estoy hundida en la tierra y amo esta tierra. Mi inteligencia lo reconoce, solamente mi inteligencia; y mi inteligencia tampoco comprende ¡aunque quisiera comprender!

 MAYO

11        Fui a ver al padre Moledo. Me dijo que volviera pasado mañana, para hablar con él. Estoy tranquila como no estaba antes, porque creo que ya no fantaseo tanto. Pero tengo que hablarle, porque hay una intranquilidad adentro mío cuando, “en el silencio y la soledad” me acuerdo de que algún día se habrá acabado el tiempo para mí, y que no será suficiente el haber sido feliz.

            ¿Qué voy a preguntarle al padre? Hoy, mientras se confesaba V. lo pensaba. Allí arrodillada en la iglesia desierta, pensé en qué es lo que me inhibe cuando, después de razonar, y de “creer con mi cabeza”, no puedo rezar ni sentir a Jesús. De pronto descubrí que es el miedo que le tengo a mi imaginación. Llega un momento en que no puedo dejarme arrastrar, en que no puedo dar ese paso desde lo que es material, y comprensible para mi inteligencia, a este otro plano que mi razón reconoce, pero en lo que no creo sino con algo que no es mi razón.

            Y después pienso que si yo le digo al padre que quiero “amar a Dios, y al prójimo por amor de Dios”, y él me explica en qué consiste ese amor, habré solucionado el problema. Porque eso es más importante, y porque eso se traduce en actos que están, quizás, dentro de mis posibilidades.

Quiero vivir en la verdad. No quiero vivir más en la superficie de las cosas. Y lo quiero por mí y por los chicos; porque no podré enseñarles eso, si yo no siento, sincera y conscientemente, lo que les digo. Todos los actos de justicia, de belleza y de bondad, para ser verdaderos, tienen que referirse a Dios: eso he comprendido ahora. Y yo quiero para mis hijos, no que sean perfectos, ni siquiera extraordinarios: quiero que su vida, por mediocre y pequeña que aparezca, sea verdadera y no falsa. Así, ahora, no pretendo hacer otra cosa de mi vida más que lo que es, pero quiero que eso que es, sea verdadero.

 ***  

12        Me da risa: tengo que irme al cuarto de baño para escribir, porque mi cuarto está lleno de chicos. Beltrán corta papelitos, los otros leen “La Nación” despedazada. Federico, en voz alta, lee un papel que ha encontrado, y todos cantan no sé qué canto del colegio. El cuarto es un bochinche, sobre mi cama peligra la bandeja de mi desayuno. Pero no me incomoda. Como el silencio del campo, en el que descanso, y que es un conjunto de gritos y de sonidos de animales y de hojas, éste es el silencio de mi casa.

 JUNIO

 

6          ¡Dios mío; qué amargura tan espantosa es saberse en la verdad, y ver que todo lo que uno diga cae en el vacío, que es un hablar inútil, totalmente inútil! Mis palabras y mis argumentos salen de mi boca y quedan flotando, se desvanecen, pierden forma, porque los que escuchan son paredes de algodón: no resuenan, no devuelven siquiera un eco. No contestan: no hay un ir y venir de razones sino un puro desvarío; y la sensación de impotencia me llena de amargura. Imposible convencer, ni explicar siquiera. Me desarman, me vencen con su ignorancia y su inconmensurable estupidez. Estupidez de no saber razonar, no tener “ideas generales”. ¡Oh, papá, cómo me acuerdo de él, cómo comprendo ahora cuál era la importancia de esas famosas “ideas generales”!¡Cómo le agradezco, cómo reconozco, ahora, el modo como formó nuestra inteligencia: ese obligarnos a dar razones, a buscar causas y consecuencias de las cosas; a contestar un concepto con otro! A repetir exactamente, cuando de repetir se trataba: a razonar siempre. Mamá sufría- no lo olvidaré- cuando él discutía la autenticidad de los Evangelios. Pero no fue un mal, fue un bien inmenso el que nos hizo con esto. Porque es porque él me acostumbró a aceptar libremente cualquier discusión, a no contentarme con razones fáciles y engañosas, por lo que hoy puedo creer, segura de lo que creo. Y, lo que es más, sé encontrar la falla en el razonamiento de quien ataca y reconocer la verdad en la Iglesia.

            Papá nos acostumbró a no admitir nada sin discutirlo interiormente. A no tener prejuicio y a anteponer a todo la sinceridad y la verdad. Tarde o temprano, por ese camino, se encuentra la verdad: porque hay una verdad. Y nos enseñó a seguir un razonamiento hasta sus últimas consecuencias. Por eso comprendo ahora la razón del sometimiento a una autoridad: una vez admitido que se cree en la Iglesia, se aceptan las consecuencias: y una de ellas es el sometimiento a la Iglesia. Hasta en eso hubiera coincidido, su manera de pensar, con la filosofía católica, ¡y lo hubiera sublevado la inconsecuencia de esos que se llaman católicos!

            Se me ha pasado un poco la amargura escribiendo. Pero no quiero ver más a esa gente, no quiero verme obligada a hablar. Quisiera no leer más los diarios, quisiera poder llorar ante lo que suceda en el mundo, lejos y cerca de mí, en Europa y en mi propio círculo de amistades.  Sola, sola.  ¡Cómo lo extraño a Enrique, porque él y yo poseemos el secreto de la felicidad: ese poder estar tan unidos a otro ser humano, que es como ser uno solo; de manera que, aun cuando estoy sola, estoy sola con él. Y es una soledad joyeuse!

—oOo—

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.