SUSANA SEEBER DE MIHURA 1946/6 [48]Noviembre y diciembre

¡Cómo gozo, cómo vivo ansiando el momento –a la noche, cuando los chicos duermen– de sentarme a escribir y copiar mi diario! Me pareció, en el primer momento, un montón de palabras vacías y tontas. Pero ahora, releyendo con un criterio imparcial, buscando en qué pueden  servir a la Verdad esas páginas, no estoy tan segura de que sea tonto y vacío. Lo único que temo, es que sea muy aburrido leerlo; y, sin embargo, yo estoy interesada, al ver cómo y porqué va evolucionando esa vida interior que está fijada en mi diario. ¿Podrá interesar eso a los demás?

NOVIEMBRE

  4          Mañana le llevo al padre Moledo el artículo que traduje. No sé si hablar con él. Hay dos problemas distintos, pero siento que, si soluciono uno cualquiera, el otro también se resolverá. Uno es el problema de la fe y del amor a Cristo; el otro, el de mi vida práctica.

            “Morir y renacer a una nueva vida”. Sí, ahora sé lo que significa. Morir a la vida como la he comprendido, sentido y amado hasta hoy. ¡Pero eso es lo que no quiero! Todo mi ser se rebela contra esa negación de mí misma. Y sé que es absolutamente indispensable morir a una vida para renacer a la otra.

Palabras esto, nada más, en este cuaderno. Pero en la realidad, ¿qué es? Es mirar fríamente mi vida y reconocer que en ella no hay ni dolor ni sacrificio, ni lucha: que mi vida no vale nada. Porque no vivo, en realidad, más que para mi propio placer. No cuento el ocuparme de los chicos, porque en esto no me sacrifico, ni siquiera físicamente. No contaría siquiera el sufrimiento de lo que Dios me mandara, porque en esto no tendría más que aceptar. No sería yo la que hubiera elegido libremente.

Pienso: ¿tener, por lo menos, más hijos? Pero no quiero, ni dejo de querer, tener más hijos. Mi principal razón para no desear más hijos es que no soy bastante joven para tenerlos. Por el momento no es una “Living hypothesis” [Un “modelo convincente” de vida], ésta de tener más chicos. Siento que es otra cosa lo que quiere salir de mí; pero no descubro qué, ni en qué poner “mis talentos”. Sin embargo, ¿será quizás aquello lo que debo hacer? ¿Deberé tener más hijos porque sí, porque es el fin del matrimonio “querido por Dios”? Por lo menos, si no los tengo, debería ser porque estuviera empleando todas mis fuerzas, físicas e intelectuales, en otra cosa que glorificara a Dios y no lo hago.

***

7          He pasado un día desagradable leyendo mi diario. Un montón de lirismos vulgares, sin ninguna originalidad. Eso que está escrito allí ¿es posible que haya sido esa muchacha de mis recuerdos? ¿Esa muchacha que se creía inteligente, extraordinaria y original? Me doy cuenta perfectamente de que ese podría ser su mérito: la ausencia de originalidad. El hecho de ser, realmente, el diario de una mujer como todas. Pero es que ni eso me parece que trasluzca

El diario. No trasluce nada, no se ve detrás ninguna mujer. Me hace el efecto, al leerlo así, de ser algo tan poco verdadero como una novelita de revista. Y es espantosamente aburrido.

            “Con mucha frialdad”, me dijo el padre que lo leyera. Tendré que hacer un esfuerzo espantoso para sobreponerme al empalagamiento que me produce el leerlo. Tengo que hacer callar todo recuerdo y todo sentimiento, para estudiarlo con una indiferencia absoluta. Convencerme de que “a eso” no lo he escrito yo, que me lo han dado para que seleccione lo que pueda valer allí. No por su valor literario –aunque convenga tenerlo en cuenta– sino lo que valga como testimonio de la evolución de un ser humano.

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 8         De la conferencia del padre Moledo: “Educar es enseñar a amar” (amar lo que se debe amar). La sensibilidad –la pasión– es la fuerza motriz del hombre. Nunca injuriar al chico; respetarlo y exigir respeto: nunca disminuirlo.

            Vivir la religión; que toda la vida sea vivida en presencia de Dios. Límite en todo: desde el principio de su educación el chico debe saber que existe un límite. Darle todos los placeres que se quiera, pero con límites. Se pueden comer uno, dos, tres caramelos, más no. Es con esos detalles prácticos que se va educando. Para mí en la práctica: darles los domingos, en la pileta, lo necesario para que se compren uno de esos horribles sandwiches que tanto les gustan y ese menjunje que se llama “Vascolet”: para un Vascolet y un sandwich, porque esto que tanto desean, lo gozan realmente; pero no ilimitadamente. Y así en todo.

            Eso, y lo de canalizar la pasión, me parece lo más importante de todo lo que ha dicho el padre.

 *** 

15        Sigo releyendo mi diario. Hoy me parecía que realmente surge de esas páginas la figura típica de una muchacha como hay tantas. No es original: ese es su mérito. Releyéndome, veo que en mí   había infinitas posibilidades. Y que no se malograron del todo porque ha habido en mi vida encuentros tan extraordinarios que –aunque sea una presunción decirlo– es como si Dios me hubiera protegido. Haberlo conocido a Enrique, y mi casamiento, detuvieron lo que se iba barranca abajo. Ahora, juzgando fríamente, comprendo que el encuentro con el padre Moledo es la oportunidad que se me ha dado, para realizar[revelar] lo que siempre –lo veo en el diario– ha estado tratando de realizarse en mí [revelarse, ponerse de mnifiesto]. Él ha corrido el velo que me ocultaba a Dios. Y, por eso, también el velo que me ocultaba a mi propia conciencia.

Hoy sé perfectamente lo que soy. No lo sabía cuando escribía en mi diario, y estaba tironeada entre dos fuerzas que se oponían: mi necesidad de algo serio, profundo y absoluto, y mis ansias de gozar y de vivir. No me encontraba a mí misma completa, en ninguna de las dos. Hoy, todo lo que en mí es sentimiento y pasión, se ha realizado en el amor, y esa mujer se ha realizado y se ha estabilizado. Pero, para ser completamente yo, la otra también tiene que ser. Y esa otra no podrá realizarse [quedar de manifiesto, revelarse] sino en Dios. Solamente lo Absoluto –comprenderlo y amarlo– podrá colmar esa necesidad que siento. Me parece que si yo Lo amara, de esa experiencia volvería transformada; y recién entonces viviría una vida verdadera.

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 18        ¡Cómo gozo, cómo vivo ansiando el momento –a la noche, cuando los chicos duermen– de sentarme a escribir y copiar mi diario! Me pareció, en el primer momento, un montón de palabras vacías y tontas. Pero ahora, releyendo con un criterio imparcial, buscando en qué pueden  servir a la Verdad esas páginas, no estoy tan segura de que sea tonto y vacío. Lo único que temo, es que sea muy aburrido leerlo; y, sin embargo, yo estoy interesada, al ver cómo y porqué va evolucionando esa vida interior que está fijada en mi diario. ¿Podrá interesar eso a los demás?

            Pero gozo escribiendo. No me importa si, después, todo el trabajo puede haber sido inútil. No me detendré en la mitad como otras veces porque, gracias a Dios, ahora el padre me ha mandado hacerlo.

[El copiado y corrección del diario, realizado por la propia autora, sólo alcanzó a los primeros cuadernos que abarcan los años de su adolescencia. Las partes que publicamos no fueron revisadas por ella.]

            Y en el fondo, mientas escribo, está esa desazón. Me parece que muy cerca pero al mismo tiempo, infinitamente lejos, está Él que busco. Quisiera que al final de mi diario, al final del camino, pudiera escribir: he comprendido.

 ***

 20        La conferencia del padre sobre el matrimonio. Estoy agradecida. Las frases y las imágenes eran bellas, pero no con una mera belleza literaria sino bellas en su fondo, bellas en el espíritu que reflejaban. Con sus palabras iba extrayendo el amor sensual del fondo turbio en que se debatía. Allí, en el alma de estas mujeres que lo escuchaban, el placer era algo pecaminoso y contra el que había que luchar; algo que remordía o, al menos, incomodaba a la conciencia; y esa intranquilidad envenenaba el fondo de toda la vida conyugal. Pero el padre con sus palabras limpiaba el placer, lo transformaba. Era como si en sus manos levantara algo cristalino y puro. Era el amor en toda su materialidad, pero iluminado por el espíritu hasta convertir, a la materia turbia y pesada, en una maravillosa cosa alada. ¡Cómo se habrán sentido de libres, de aligeradas de peso –e iluminadas ellas también– esas mujeres que lo escuchaban!

            Y yo pensaba: realmente, nada existe sobre la tierra, que el espíritu no pueda levantar en alto. La libertad, el amor, el placer, ¡todo lo que en mi vida busqué, y arrastré por el barro! Nada malo había en el principio; pero nadie me mostró el camino hacia arriba y, en vez de espiritualizar, materialicé todo.

            ¡Qué bajas me van a sonar ahora todas las frases, las alusiones con las que los demás me hablarán del placer! ¡Qué mezquino, qué turbio y qué mentiroso, cuando todavía oigo, adentro mío, las palabras resplandecientes de este sacerdote! Esta es la defensa contra ese fuego, contra esa corriente impetuosa e inconsciente que nos arrastra. Saber que no necesariamente tenga que despeñarse hacia el abismo: que hay otro camino hacia arriba, precisamente para esa fuerza. No para una fuerza blanca y quieta, y fría, que no tenemos, sino para esa misma, para esa poderosa y terrible, amada fuerza. Sí, la amamos y no queremos matarla, porque en nosotros es vida. Y ahora, después de haber oído lo que oí, comprendo que no debemos hacerlo. Debemos dirigirla, nada más: no intentar destruirla, porque es buena en sí.

 *** 

 23        Hoy he comulgado en una iglesia solitaria. Y he sentido por primera vez la amistad y la proximidad de Jesús, y su bondad infinita. Mi alma postrada ante Él, odiando mi incredulidad y mi rebeldía. Desde el fondo de mi alma, donde no hay palabras sino un sentir misterioso y mudo, yo Te adoro y Te agradezco, y Te pido perdón de mi frialdad. Como llevada de Tu mano he llegado hoy hasta esa iglesia, ¿y me negaré a reconocerte?

            ¡Oh, Dios mío, que no me olvide jamás lo que significó esta mañana! ¡Que mi fe en Ti y en tu Providencia se afirme como una roca con esto que ha sucedido! Todo mi escepticismo fue borrado en un segundo, porque con toda mi inteligencia perfectamente clara, y juzgando fríamente, reconozco la diferencia entre una imaginación y esto real y verdadero que he experimentado. Hay en mí una alegría tal, y al mismo tiempo un inclinarme tan bajo, tan bajo ante la bondad de Cristo.

 *** 

 29        Ese día y al día siguiente, he sentido como si mis pies tuvieran alas. Y la alegría que había en mí se transformaba, y sin quererlo yo, en suavidad y dulzura con los demás. Fui directamente de la iglesia, a hacer compras, y me parecía imposible impacientarme o hablar de mal modo. Sentía a mi lado la presencia de Dios, y Dios era un inmenso amor. Anoche, cuando discutía con M., de pronto pensé: ayer no hubiera hablado así, ayer mis palabras hubieran sido totalmente distintas; hubieran estado impregnadas de amor y de suavidad. Porque esa sensación de anteayer ha pasado.

            Sin embargo, no puedo dudar ya de Su existencia, no puedo dudar ya de que es posible vivir acompañada de Dios, y de que Él es la raíz, el fuego donde se nutre la Caridad. Lo que un día de iluminación se comprende y se vive, sin lucha y como transportada de alegría, ¿deberá comprenderse y vivirse, el resto de los días comunes –los días grises y vulgares -, por un esfuerzo de voluntad?

             Pienso en los días en los que el amor humano me exaltaba. También esos fueron días excepcionales. Pero entre lo que sentí entonces y lo que sentí ahora hay una diferencia. La exaltación del amor era como un fuego que me quemaba,, y era la sensación de vivir yo, de sentirme. Mi sangre y mi corazón, y mi cuerpo, todo viviendo de la esencia de la vida de la naturaleza. Y eso era lo que me exaltaba, y por eso deseaba y amaba esos días. Pero ahora no he sentido ese “quickening” [“Aceleración”, “animación”.] de mi vida. En vez de una exaltación de mí misma, ha sido como una sensación de olvidarme de mí misma y de darme, de volcarme hacia afuera. Propiamente mío, sólo había una Presencia, alguien Amigo a mi lado, en quien yo descansaba. En cuya compañía nada era difícil, ni imposible, ni duro.

            Quiero recuperar esa sensación. Quiero, por un esfuerzo consciente, vivir pensando: está a mi lado. Cuando discuto, cuando hablo y me muevo, de pronto me acuerdo y me apoyo en Él. No quiero, no tengo que olvidarme. Porque sé, con una seguridad que nada puede “ébranler”, [“debilitar en sus fundamentos”, “zapar”] que esto es verdad. No, no es romanticismo ni fantasía, ni necesito psicoanalistas que me hablen de complejos ni histerismos. Lo que yo he sentido lo he experimentado en mí misma: ¡no lo ha sentido una mujer que no sepa analizar sus sensaciones y su psicología! Siempre está, atrás mío, esa voz del escepticismo, de mi propio escepticismo. Y yo (aunque nadie pueda saberlo con esa seguridad, más que yo misma) que algo exterior a mí, no nacido de mi fantasía, es lo que ha actuado sobre mí estos días.

 DICIEMBRE

 20        (En San Gabriel) Hablando con Enrique sobre religión. En el primer momento me hizo mal. De esto tenía miedo yo: del sentido común y de esa palabra, “anormal”, que él pronunció de pronto. Después, paradójicamente, todo lo que Enrique me dijo no hizo más que reforzar lo que el padre me había dicho. Cuando éste me aconsejó que siguiera haciendo exactamente mi vida normal, al principio, un poco, me desilusionó. ¡Yo esperaba, quizás, algo más extraordinario! Ahora he comprendido. Y me da un poco de risa que sea Enrique, sin saberlo y con su sensatez y su estar tan “en la tierra”, quien me haya aclarado las palabras del padre.  No ese misticismo vago y sentimental, sino el vivir la vida que poseemos refiriéndola a Dios: eso es la fe en Cristo. Mi marido, mis hijos, mi amor y mi alegría, tal cual las viví hasta ahora, pero compartiéndolos con Dios: eso es el amor de Cristo. Vivir, sintiendo en el fondo, constantemente, y aunque no rece, la presencia de Cristo. No sentirme yo la dueña de mi casa, de mis hijos, de mí misma, sino sentir que me han sido dados para glorificar a Dios.

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