¿En qué está el Mal que vi, de pronto, en esa frase [de mi diario]? No en el cinismo ni en la sensualidad, sino en haber tenido [yo] la frialdad, la falta de amor de haber escrito esa frase, de la cual está ausente todo sentido del bien y del mal. En espíritu me humillé, hundí mi cabeza en la tierra frente a Cristo crucificado. No había palabras, no había más que ese arrodillarme, tirarme y aniquilarme a los pies del Bien absoluto.
Año 1947 ENERO A MARZO
ENERO 10 De golpe se me ocurrió: ¿qué hubiera dicho papá de todo esto? Y sé que hubiera aprobado. Hubiera aprobado los libros que leo, y que yo pensara y quisiera profundizar sobre un asunto que, también para él, era importante. Me hubiera prevenido, solamente, contra el apasionamiento, y me hubiera dicho que no perdiera la capacidad de razonar lógicamente. Pero, ¡con qué sincero entusiasmo se hubiera interesado él en este problema! ¡Cómo hubiera llegado hasta las últimas consecuencias, hasta admitir lo sobrenatural!
Pensé en papá después de leer los libros del padre Castellani. Lo hubieran entusiasmado por inteligentes, por sinceros y por valientes, sobre todo por inteligentes y valientes. Sí: papá tenía el valor de admitir las consecuencias lógicas de un razonamiento. Porque –comprendo ahora-, se necesita valor para reconocer la verdad permaneciendo uno mismo. Para reconocer el error, la estupidez o la mezquindad de lo que antes se creyó verdadero y se admiró.
¡Cómo lo extraño a papá a veces! ¡Cómo hubiéramos hablado, cómo hubiéramos coincidido en nuestra indignación por la estrechez de espíritu de los que hoy se oponen a la religión! No de un comunista, que es consecuente y tiene una Idea, sino del liberal tipo 1900, cuyos argumentos son, hoy, frases huecas y sin conexión lógica, estúpidas. Quizás alguna vez esas frases tuvieron un sentido inteligente, no lo sé: hoy son cáscaras vacías. La fe del padre Castellani , la de Chesterton, la de Belloc, ésa hubiera sido la fe de papá. Una fe sin beaterías, una fe que lucha, filosófica, vasta.
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29 Una repugnancia espantosa de seguir copiando mi diario. Una frase, de pronto, que me golpea como una cachetada. Una frase horrible, que es como si me derribara y me golpeara contra el suelo. Una frase escrita con la más absoluta inconsciencia del mal. Y encontrarme conmigo misma y realizar [= darme cuenta], de golpe, hasta qué hondura de bajeza se puede llegar sin tener conciencia de ello. Eso es lo terrible: no la bajeza en sí, sino la inconsciencia. No darse cuenta, creer que estamos volando, mientras la verdad está allí, fijada para siempre en una frase cuyo alcance no se sospechaba. Me acuerdo del momento, me acuerdo de haber pensado: “Esto es una escena de un melodrama y nada más”. De la frase que registré no me acordaba. No desprecio, sino espanto, es lo que siento por lo que yo era. Todo me parece perdonable, todo me parece comprensible, todo menos este no haber realizado [= haberme dado cuenta de] la trascendencia de mis actos. Las palabras giran como sombras alrededor mío: las palabras para decir lo que he sentido al leer la frase. El mal. Sí, es como si, de pronto, hubiera visto el mal. Yo, sonriente y tranquila, era el mal en ese momento.
Amoralidad, ¿es eso, entonces, lo que significa esa palabra? ¿Ese mal sonriente y despreocupado? Éste es el espanto que siento. Una estatua perfecta bella y blanca, que fuera horrible de ver, porque siendo tan perfecta es, al mismo tiempo, la materialización del mal. El mal así, en una estatua fría, de líneas prefectas y nítidas; ver el mal así, eso es lo que asusta y espanta.
Y me acuerdo de aquello del padre: “El mal de esta época es haber perdido la conciencia del pecado”. Me parece que recién lo comprendo ahora. Pero, Dios mío, eso que tengo que decir, esa verdad, ¿no podré decirla? Y es necesario que la diga, es lo más necesario del mundo. Porque hay que poner un peso que restablezca el equilibrio en esa balanza que es inmaterial pero existe.
¿En qué está el Mal que vi, de pronto, en esa frase? No en el cinismo ni en la sensualidad, sino en haber tenido la frialdad, la falta de amor de haber escrito esa frase, de la cual está ausente todo sentido del bien y del mal. En espíritu me humillé, hundí mi cabeza en la tierra frente a Cristo crucificado. No había palabras, no había más que ese arrodillarme, tirarme y aniquilarme a los pies del Bien absoluto.
FEBRERO
3 ¡Cómo he podido imaginarme, ni por un instante, ocupándome de política junto con un montón de mujeres! Si hubiera sido hombre, sí; sí, si pudiera manejar a hombres. ¡Pero mujeres como material de trabajo! Esta reacción después de haber caído en mis manos una carta que no estaba destinada a mí, sino a otra que pensaba como ella. Le contaba, llena de excitación, su actuación en una de las tantas manifestaciones del año pasado. Me produjo, primero, risa por su ingenuidad, después desagrado. Los hombres, vociferando en la calle, conservan algo de primitivo y de elemental –de animales machos-, algo limpio. Pero las mujeres, esas mujeres cultas y elegantes, desbordantes de pasión: es casi indecente. Los hombres no creen, cuando vociferan que están allí “para defender a sus hijos”, cuando gritan “¡asesinos!”, con los sombreros cayéndoseles sobre los ojos y el pelo despeinado. Las mujeres no gritan: chillan; ¡y para eso las hacen ir! No razonan, no saben razonar, no son más que pasión sentimental. Ese no es el heroísmo de las mujeres ¡eso no es defender a sus hijos! ¡Chillando como gallinas alborotadas, llorando, pataleando y arañando! Y para eso las quieren. Para eso el voto de la mujer, para usar de esa pasión clamorosa: porque los hombres no hacen tanto ruido.
No, yo seré –si soy algo- la precursora del anti-feminismo. Pero, ¿es que son tan estúpidas las mujeres, tan incapaces de pensar serenamente, que no se dan cuenta? ¿Cuáles son las consecuencias de la emancipación de la mujer en los Estados Unidos? ¡Qué desmentido a todas estas frases azucaradas de los católicos liberales, están de acuerdo con los “derechos civiles” de la mujer! ¡Cuándo son, en realidad, la negación del concepto cristiano y natural de la mujer! ¡Mujeres que no tienen hijos, mujeres condenadas a trabajar fuera de su casa, adolescentes que juegan al amor besuqueándose, pésima educación de los colegios, política tan sucia como la nuestra, delincuencia infantil: todo lo que se pretendía que la mujer defendería, lo que se pretende aquí que mañana la mujer defienda –y hasta el Papa lo pretende-, su hogar, su femineidad, sus hijos, todo destruido!
¿Qué carta hubiera escrito su marido a un amigo? Le hubiera escrito: “Magnífico bochinche. Una o dos manifestaciones más como ésta, y el gobierno cae. Las mujeres causaron mucho efecto, dieron la nota emotiva: puede seguir explotándose ese filón. Hubo tiros, lo que conviene”. Y solamente para los diarios –y para las mujeres- hubiera escrito esas frases: “No podemos hablar sin que nos baleen”, “hay que defender a nuestros hijos”, “asesinos”.
Las “feministas” fueron, seguramente, mujeres con una inteligencia masculina, razonadora: ¡tan poco femeninas que creían que todas las mujeres eran como ellas! Y no vieron que, con su falta de lógica y de capacidad de razonar, con ese interpretar todo con el sentimiento, la emancipación de la mujer será siempre interpretada por ellas como una emancipación sentimental. Emanciparse de los deberes de la mujer y de su misma condición de mujer, creyendo sinceramente que de eso se trata: y de ser libres para amar como se les dé la gana. Y se transforma lo femenino en una fuerza de pasión ciega e inferior, sin freno, desbordante.
MARZO
18 (En Buenos Aires) Frialdad, indiferencia. Ese tiempo con mis huéspedes, en la estancia, al principio me fue un sacrificio. Tenía miedo de que notaran cómo estaba de ausente en las conversaciones. Después me fui acostumbrando. Ya no sentí la falta de esas horas en que copiaba mi diario, y que daban sentido al resto del día.
Ahora estoy sola otra vez. Desde mañana, venciendo esta repulsión (esa haraganería) de sentarme a escribir, volveré a mi trabajo. Tengo ganas de hablarle al padre -necesito un empujón otra vez- y, al mismo tiempo, no quiero: no sé lo que le diré. Pero no, no hay nada grave, en realidad, en todo esto: no es más que una especie de vacaciones “á contre-coeur” que me fueron impuestas, o que yo me tomé. Vuelvo a mis libros, y a escribir, con alegría.
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31 (Semana Santa) Conferencia del padre Moledo. Habló de la certeza en la Fe. Habló de la duda, y del hombre que es como un péndulo: “Y es la obra criminal de aquellos que, cuando el hombre se detiene en su centro de gravedad, como al péndulo lo ponen de nuevo en movimiento”. Y lo terrible es que en el instante en que escuchaba esas palabras y me dejaba arrastrar por ellas, lejos pero perceptibles, oía, también yo, las frases de los filósofos incrédulos.
Esa duda, ahora aquí, tranquila y sola, reconozco que no es la duda sino la tentación de la duda. Y es miedo, miedo de tomar una decisión y miedo de engañarme. Ese miedo (no el miedo al deber que me pueda imponer mi fe) es lo que me inhibe y me mantiene atada.
“Abran un paréntesis en sus vidas, estos días”, dijo el padre. Lo haré. Dejo mi diario, que absorbe toda mi capacidad de pensar. Mi diario, no mis hijos ni mis ocupaciones de todos los días, es lo que podría distraerme esta semana. Abro un paréntesis, y todo mi pensamiento y mi espíritu estará absorbido en una sola cosa: Cristo.
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En la oscuridad de mi cuarto, tratando de meditar, de rezar (y las únicas palabras son “Dios mío, Dios mío”, porque no sé rezar). Y, de pronto, una frase del padre: “Conmemoración no, porque eso es recordar un hecho pasado. No conmemoración sino actualización, porque la Redención no ha terminado, no terminará hasta el fin del mundo”. ¡Cristo está siempre crucificado! Tengo que entender eso, tengo que entender qué debo entender por esa frase. En cierto sentido, en un sentido “filosófico”, vislumbro lo que quiere decir. Pero yo quiero encontrar a Cristo, no a una idea filosófica. Y quiero saber si, lo que la Iglesia enseña, lo enseña en una forma accesible a las masas, reservándose una verdad esotérica, o si realmente se puede creer en la verdad de ese Cristo “siempre crucificado”.
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