1948 ENERO y FEBRERO
EL CARPINTERO
«… adivino que el mundo no puede girar en torno a mí. Debe haber una Verdad totalmente independiente de mí; y para la cual, lo que yo piense o sienta es como un granito de polvo sin importancia. […]. Sí, yo puedo vivir entregada a mi amor […] puedo hasta ser buena y perfecta: pero para la Verdad que permanece enteramente luminosa, severa y por encima de todo lo humano, eso no tiene ninguna importancia. Un granito de polvo […] Una mentira mi vida, por fiel que haya sido a mí misma-. Porque no comprendí, porque no vi la luz, porque no viví según esa Verdad eterna…»
ENERO
8 Toda mi vida aquí son “realidades”, actos necesarios y sin ninguna importancia. No puedo leer ya. Y gozo en estos actos. Sin embargo, en el fondo está siempre aquel pensamiento. A veces me parece que es mi cuerpo que necesita de esta espera de las vacaciones.
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13 Llega un día en que hay que sentarse sola, delante del cuaderno; sola, descartando las flores y los árboles, y los chicos y las sirvientas. Un día en que hay que “tomar posesión del minuto que pasa”. Pensar, colocar cada cosa en su lugar. Leí: hay personas que dejan que las cosas exteriores las dominen, otras que se imponen a las cosas. Toda mi vida he dejado que lo que viene de afuera me arrastrara ¡lo hacía conscientemente, y convencida que así había que vivir!
FEBRERO
13 ¿Quién me dirá la verdad sobre mí misma? Caminaba ayer hasta la huerta, y el olor del campo, ese olor a yuyo y pasto seco que está tan hondo adentro mío – y que es el olor de Córdoba, cuando era chica- me llenaba de alegría. Corté rosas, y dalias amarillas y azules, y mientras las cortaba y las ponía en los floreros, sentía una plenitud y una alegría que satisfacían todo mi ser.
Así es mi vida acá. Cada día es perfecto en su serenidad y su belleza; y no necesito nada más. Pienso: yo que critico a los que aman sus muebles y sus cosas, ¿soy acaso diferente? ¿Hay acaso diferencia, aunque yo ame la naturaleza, no porque sea mía, sino por su belleza? ¿No es esto que a mí me sucede, también amar demasiado a las cosas, a lo material? Pero es que esto soy yo: este sentirme enteramente satisfecha y feliz porque el aire que respiro huele a limpio, y lo que veo es bello y mis hijos me sonríen y son libres. (Corren y se afanan, siempre sonriendo, entregados totalmente a lo que hacen, en cada momento del día.) Y me pregunto si no será artificial todo lo demás en mí; si no estaré más en la verdad dejándome ser como soy. Antes, no hubiera dudado que sí. Es cierto, que estaba la muerte; ¿pero acaso no me hubiera sentido capaz de afrontarla con solo mis recursos humanos? Cristo, el amor a Dios, la Gracia, la Fe, ¿no serán todo eso fantasías, fantasías de los que no saben amar lo real?
Y, sin embargo, yo adivino que el mundo no puede girar en torno a mí. Que debe haber una Verdad totalmente independiente de mí, de mi naturaleza; y para la cual, lo que yo piense o sienta es como un granito de polvo sin importancia. Una Verdad ante la cual, el que yo contraríe o no a mi naturaleza, no importa absolutamente nada. Sí, yo puedo vivir entregada a mi amor por lo que veo, puedo hasta ser buena y perfecta: pero para la Verdad que permanece enteramente luminosa, severa y por encima de todo lo humano, eso no tiene ninguna importancia. Un granito de polvo que baila y desaparece. Una mentira mi vida, por fiel que haya sido a mí misma-. Porque no comprendí, porque no vi la luz, porque no viví según esa Verdad eterna.
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16 El hombre estaba apoyado en la mesa, frente a mí, y lloraba. B., el carpintero, en el comedorcito de su casa: “A veces me voy solo a un rincón, y lloro. ¡Si solamente pudieran caminar mis chicas! No es lo mismo si yo hubiera sido un hombre mal. Pero toda mi vida he trabajado, los pesitos que ganaba se los daba a mis padres. A la noche tocaba en una orquesta; ganaba tres pesos, y con eso pagaba mi ropita. Y después, Ud. sabe señora cómo hemos vivido. Siempre trabajando, guardando lo que podíamos. La traje a mi madre aquí, porque mi hermana no la trataba bien. Ocho años vivió, del sillón a la cama y de la cama al sillón; después, mi padre murió de cáncer, y sufrió tanto. Y mi mujer se calla, pero yo sé que adentro… ¡Por qué tanto sufrimiento! A veces pienso que yo no he hecho nada para que Dios me castigue así. Cuando viene un pobre a la puerta, no dejo que lo arreglen con una galleta: siempre hay unas monedas para él. A la carpintería iban unas viejas, siempre las ayudaba. Ya no van más, se habrán muerto. Pero lo único, lo único que pido ahora, es que mis hijas caminen”.
Y lloraba. Yo le decía: “B., su sufrimiento no puede perderse. Para algo es, algo, no sabemos qué”. Pero mis palabras no habrán servido para nada. Aunque yo lloraba de tristeza por ese hombre, por esa vida de lucha y pobreza, y de dolor.
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17 No cerrar los ojos a este dolor. Mi tristeza, no hundirla tan hondo, que yo misma no la sienta: porque ese hombre sigue allí, sufriendo. Yo sufría de querer, y no saber cómo ayudarlo. No es a las chicas que no caminan, es a ese hombre al que hay que ayudar.
¡Cómo ayudarlo! Esta vez no es la ayuda material, tan fácil de dar, sino otra cosa. Me hablaba tan humildemente, tan despacio. Apoyó la frente en las manos y lloraba; la voz no cambiaba. Humildemente: “Me voy solo a un rincón y lloro. Y pienso: ¿por qué?” Pero dicho con tanta suavidad, sin rebelarse. Me parecía oír la lluvia cuando cae, silenciosa, continua, en el día gris.
Me había sorprendido cuando lo vi en la carpintería. Comenté con Enrique: “Qué viejo está B., tenía cara de estar tan triste”. La tristeza que lleva adentro se ha reflejado en su cara tosca y ruda de obrero. Yo nunca pensé que en esos rostros, la tristeza se marcara en las arrugas y en la carne tan rudamente. Estaba acostumbrada a los ojos tristes y a las bocas sin sonrisas de otras caras, más lisas y blancas. La tristeza en este hombre es más terrible. Es como si, desde el principio, el dolor y la lucha material se hubieran grabado sobre esa cara, que ahora se ha ensombrecido con otro dolor. Con un dolor del espíritu, que hace resaltar todos los otros dolores. Como el reflejo de la luna naciente en el jardín oscuro: que va haciendo surgir, de las tinieblas, masas de sombras.
Y me desespero pensando qué puedo hacer, cómo aliviar ese peso. Una palabra que ilumine, un gesto. ¿Acaso que sintiera el amor que me inspira podría iluminarlo? No es bastante, porque pregunta “¿Por qué?”. Cristo, el fuego que arde e ilumina, sólo Él tiene la contestación. Pero ¿cómo extraer yo, de Él, un poco de ese fuego para transmitírselo? No soy digna. ¿Quién soy yo para pretender servir de intermediario? Y, sin embargo, el corazón me duele por no poder ayudar a ese hombre, hundido en la desesperación. Y me duele porque es tan humilde y no odia. Pide sólo que le contesten, como un chico.
Y no hay contestación fuera de Cristo. Para los orgullosos, para los rebeldes, para los que odian, para los que se alimentan de mentira, para todos ellos hay razones y palabras. Palabras huecas que, sin embargo, responden y satisfacen. Pero para este hombre que es bueno, verdadero y sencillo, no hay más que la verdad que lo puede iluminar.
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