SUSANA SEEBER DE MIHURA 1948/2 [55]
Marzo-abril

1948  – MARZO Y ABRIL

PARÁLISIS INFANTIL

«… He comprado un libro que me está mostrando el camino, despejando las malezas de ignorancia de mí misma y de Dios: el Tratado del Amor de Dios, de San Francisco de Sales. Es como tener un amigo al lado…»

MARZO
14 Los chicos enfermos, y el terror de la parálisis [Los brotes recurrentes de poliomielitis fueron bastante habituales en Buenos Aires en esta estación, antes del descubrimiento de la vacuna] fue sólo una noche: no era nada. Pero después, pensé: esto es una mujer. Podía derrumbarse el mundo: a mí sólo me importaba que bajara la fiebre. Y yo ya no existía.
Pero eso es la verdad. Que una mujer no vive en sí misma, sino en los que quiere. El eje de su vida no está en ella, sino fuera. Y es la diferencia fundamental con el hombre. ¿Por qué mi instinto se rebela contra una mujer que sacrificara sus hijos a cualquier cosa: ciencia, arte, humanidad; y, al mismo tiempo, también me subleva el hombre que no fuera capaz de hacerlo? ¡Oh, cómo mienten esas mujeres emancipadas, reclamando sus “derechos”, cómo traicionan?

***

26 (En Buenos Aires) Tan brutal fue la sorpresa de lo que oí, tal la indignación y el desprecio, que me latía el corazón y me temblaban las piernas. “¡Qué vergüenza, el padre F. Lástima que no hubiera siquiera un socialista para enfrentarlo!”. Y, para esto, la que hablaba acababa de comentar sus comuniones; y la otra me había dicho: “¡Cómo!, ¿Usted no está en el Apostolado de la Oración?” No sé qué sentí más, en realidad; si la ofensa hecha a Dios, o más bien la angustia de ver tan al desnudo la imbecilidad humana. Yo sé que me reiré después, cuando cuente este absurdo, pero en este momento no era risa sino asco, repugnancia; una sensación de impotencia, de la inutilidad de todo.
                Toda esta gente que, con sus ritos y convenciones, me parecían estar viviendo fuera de esta época y del mundo actual, ahora me parecen haber quedado atrás, también en su religión. Su catolicismo pertenece a otra época: esas novenas y misas elegantes, sacerdotes paquetes y caridad a lo “Sociedad del Beneficencia”: todo eso que era suave y cálido, perfumado de incienso y brillante de oro y cirios, todo eso no significa hoy, nada, no es nada, es todo hueco. Y la prueba de ello es la contradicción flagrante, entre el catolicismo convencional de esta gente, y lo que la Iglesia exige hoy de ellos.
                Se pasó la época de hacer beneficios y bailes para conseguir dinero para los pobres. Hablarle a un solo pobre, ayudar personalmente uno a uno que personalmente sufre, amarlo, eso es la caridad de hoy, la única posible, la única que puede servir para “establecer el Reino de Dios”, y ante los ojos de Dios. Y cada católico debe ser, o perfecto en obras, o en el interior de su alma. Y ha de saber, saber qué quiere decir “ser católico”.

ABRIL

15 ¡Qué tonta, qué ignorante fui, cuando creía que con mi inteligencia podía servir a Dios! ¡Yo, siempre yo! Como si mi inteligencia y mis obras pudieran tener alguna importancia, ¡como si Dios necesitara de mí! He aprendido, ahora, a ser más humilde, y no lo he aprendido con mi inteligencia: insensiblemente, poco a poco, Dios me lo ha ido enseñando. No pretendo nada extraordinario ahora, nada que se vea y que la gente admire. Sólo quiero penetrar más hondo en el camino que me lleva al conocimiento de Él. Dios mío, a Quien no soy digna de nombrar, con Tú ayuda me he ido despojando de mi vanidad y de mi egoísmo. Tú me los has quitado. Pero, Dios mío, ¡arranca hasta las raíces el amor de mí misma, para que pueda ir hacia Ti! Y entonces -porque sólo entonces será posible- abre mi inteligencia, y que arda en mí un fuego de Amor, que ilumine la oscuridad que Te envuelve. Dios mío, no permitas que haya presunción en mí, ni que me engañen mi fantasía y mi sensibilidad. Oh Jesús, no soy digna del Amor con que me unes a Ti. No soy digna de la gracia de sentirte cerca de mío, amándome Tú y amándote yo, cuando comulgo cada mañana. ¿Qué palabras puedo escribir, que no sean como una traición, para decir esa seguridad que tengo de Tu presencia? Perdona mis palabras, si no son lo que deben ser, pero mi corazón desborda de amor y ternura, y no sé guardarlas dentro de mí.
                  Este diario que escribo, ¿qué verdad tendría si no dijera lo que todo el día, en los actos más vulgares de mi vida, está latiendo en mí? Por encima del amor de los que amo en la tierra, por encima de esa yo que los ama, está este otro Amor; y está esa yo que ama Al que no conoce, que ama Al que está infinitamente lejos y envuelto en tinieblas, y sin embargo conmigo.
                He comprado un libro que me está mostrando el camino, despejando las malezas de ignorancia de mí misma y de Dios: el Tratado del Amor de Dios, de San Francisco de Sales. Es como tener un amigo al lado.

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San Francisco de Sales.

Tratado del amor de Dios. Aqui–>  Audio libro: 

 

 

 

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Señor, creo: aumenta mi fe. Oh, Dios mío, “impía insolencia”, atribuir a nuestra voluntad las obras del amor “que el Espíritu Santo hace en nosotros”. ¡Oh, ignorante, que creyó que sola, sin la Gracia, podía llegar a Dios! ¡Soberbia y ridícula, al negarse a ofrecer a Dios todo su entendimiento! Quería creer, sí, pero ¿cómo podría creer hoy, después de que “la Humanidad ha llegado al racionalismo y a la ciencia”? ¿Es que quería creer sólo si me lo demostraban con experimentos?
¿Qué pecado era ese que cometía? Tan mortal como otros, otros menos delicados y limpios; como otros más fáciles de reconocer, más evidentes, ¡porque no están revestidos de una apariencia de nobleza y espiritualidad! Oh Cristo, perdóname y perdona al mundo de hoy, que Te niega como yo Te negué. ¡Qué vil, qué miserable me parece, hoy, ese monstruo que se siente ángel, y que se arrastra creyendo volar; que se arrastra ciego, blasfemando y gritando, creyéndose un Dios! Y que no te vea a Ti, Inmenso y Silencioso, Eterno y Hermoso, frente a él.
                  ¡Yo no quería aceptar que hubiera una Gracia de Dios! ¡Eso no: porque eso era aceptar la superstición, la ignorancia, lo irracional! ¿Era el Espíritu Santo a quien yo me atrevía a enfrentar? ¿Cómo agradeceré, Señor, Tu misericordia? No hay una palabra, ni un gesto ni un acto míos, que puedan agradecer dignamente, a Dios, por su Gracia. Ningún ser humano, ni el más santo de los santos, conoce esa palabra ni ese gesto. Sólo Cristo, que es Ese mismo Dios, puede desagraviar y agradecer a Dios. Al escribir esto, durante un instante, la visión de la nada del hombre y del infinito de Dios se me apareció, tan clara, que comprendí aquello que en la “Redención”, en los “méritos de Cristo”, me era oscuro. Tan oscuro como todo aquello de cuya oscuridad el origen es Dios.

***

19 Después de unos días de paz, de pronto una palabra, un gesto, pone en movimiento la atmósfera en la vivimos. Todo se llena de fantasmas, de brazos que nos tironean, y estamos como en medio de las copas de los árboles, entre las hojas que el viento sacude. Y es un susurro que aterra y al mismo tiempo seduce; que aprisiona, que arrastra, que enerva. ¡Uno se creía para siempre erguida sobre la cima serena y límpida, muy alto por encimad e los bosques verdes, donde rondan los vientos!

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