SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA  1951/3ª de 9 [73]

¡DIOS MÍO!… ¿ME ESTÁS LLEVANDO A CONOCERTE?

1951 MARZO- ABRIL  – MAYO – JUNIO

¡Cómo complicamos las cosas los hombres modernos, los intelectuales llenos de teorías y de filosofías! Y los hechos son tan simples y sencillos que caben en dos líneas, y pueden decirse con las palabras de un niño: “Yo antes no veía, y ahora veo”.

Ayer estaba en misa, en el pueblo [En Nogoyá] y miraba al sacerdote. Y de pronto se superpuso a ese altar y a ese padre el recuerdo de la misa acá, y de mi alegría… Porque ya no puedo dudar, cuando me acuerdo de mi alegría: de esa súbita, incomprensible alegría de mi alma. La razón de mi certeza de la verdad y el amor de Cristo, de Su realidad, es la alegría.

No tener tiempo para ir a misa, ni para rezar ni para meditar… Y el constante extrañar ese momento de soledad con Él, esto Lo hace presente en todos los momentos del día lleno de cosas.

Estaba hoy arrodillada, antes de que empezara la misa, meditando con los ojos abiertos para no perder contacto con la realidad, para tener conciencia de mí misma y del mundo que me rodea. Y pensaba: ¿Por qué estoy aquí? ¿A qué vengo? Es a participar de la misa, a ofrecer mi vida con la de Cristo; vengo a que la misa me una a Él.

Es necesario, absolutamente necesario que yo me llene de Caridad, porque sólo entonces podré dar lo que esta mujer me está pidiendo. Porque me está pidiendo a Cristo, y yo no lo poseeré hasta que haya aprendido, duramente, en la vida banal de todos los días, a tener Caridad.

Tengo que pedir vivir como si amara todo sin amar nada, nada más que un Dios que se oculta He escrito mal “no amar nada”. No es eso. Es “no encontrar satisfacción en ese amor”

MARZO

2          Los días, los acontecimientos, han ido sucediéndose naturalmente. ¿Qué importancia tiene una misa en mi casa? Una misa más, en una casa más: eso es todo. Visto desde afuera, nada extraordinario ha sucedido. Y, sin embargo, en todo lo sucedido (desde aquella frase vulgar: “hemos nacido para glorificar a Dios”, hasta esta misa en mi casa) ha habido abismos de profundidad. Abismos que no alcanzo a penetrar, pero donde veo un encadenarse de todo, hasta ese aboutir [ “finalizar”, “desembocar”, “llegar al término intentado”.] en la Misa y este “descubrimiento” de la Caridad.

               Y veo, en este momento, perfectamente claro. Sé que he llegado (no, no “he llegado”: “he sido llevada”) hasta una cumbre desde la cual tengo que mirar hacia atrás y hacia adelante. Tengo que detenerme aquí un momento.

¿Acaso amo yo tanto a Cristo? No, no soy yo, es Él que me busca. Yo no estaba buscando entender qué es la Caridad. Yo no estaba tratando de “perfeccionarme”. También eso me sorprendió. No de adentro de mí, no de mí misma: de fuera de mí misma vino el avanzar un paso más. Dios mío: ¿me estas llevando a conocerte? Eso también he pedido: que haga que yo te ame, porque de mí misma no podré. Que Te muestres a mí; porque si Tú no te muestras, ¿cómo podré encontrarte? Eres Tú el que tiene que venir a nosotros: y Tú vienes.

¿Por qué Te busco? ¿Por qué quiero conocerte y amarte? Ni eso sé. No, no tengo uno de esos espíritus grandes que no se satisfacen con nada en la tierra. ¡Tengo un alma pequeña! Soy como una ramita que se deja arrastrar por la corriente del río: por la poderosa, terrible corriente, de la creciente del río.

***

Ayer estuve sentada en la casita del tractorista, explicándole a su mujer qué era la Misa, y hablándole de Jesús. Yo era feliz, porque me escuchaba ansiosamente.  Y, al mismo tiempo, pensaba –todo el tiempo estuvo en mí ese pensamiento-: “Nada de lo que yo diga penetrará en su alma, si yo no tengo Caridad”.                 Es necesario, absolutamente necesario que yo me llene de Caridad, porque sólo entonces podré dar lo que esta mujer me está pidiendo. Porque me está pidiendo a Cristo, y yo no lo poseeré hasta que haya aprendido, duramente, en la vida banal de todos los días, a tener Caridad.

***

6          Hoy pensaba: ¿Por qué es tan difícil, y parece una cosa tan de otro mundo, el vivir “en función de Dios”? ¿Acaso no son, la idea de Justicia, de Verdad, y de Belleza, tan mi carne y mi realidad, que me rechaza cometer una injusticia o mentir, o amar lo feo? ¿Y no es eso “vivir en función de ellas”? Un paso más arriba, y es Dios. La Justicia, la Verdad y la Belleza, me exigen justicia, verdad y belleza. Dios, ¿qué me exige? Vivir para glorificarlo, cumpliendo su Voluntad y negándome a mí misma. ¿Es, acaso, realmente tan difícil, una vez que se ha comprendido?

***

9          ¡Cómo complicamos las cosas los hombres modernos, los intelectuales llenos de teorías y de filosofías! Y los hechos son tan simples y sencillos que caben en dos líneas, y pueden decirse con las palabras de un niño: “Yo antes no veía, y ahora veo”. Y lo que sigue: “Y le dijo: ´¿Crees tú en el Hijo de Dios?´. Respondió él y dijo: ´¿Quién es, Señor para que crea en Él?´. Y Jesús le dijo: ´Ya lo has visto, el que habla contigo, ese mismo es´. Y le dijo: ´Creo, Señor´. Y, postrándose, Le adoró”. [ Evangelio según San Juan, 9, 35.] Eso que cabe en cuatro líneas es lo que yo he escrito en tantas páginas. Así de sencillo es: Yo no veía; un día comprendí el sentido de la vida. Lo comprendí en Cristo (porque en todas partes donde busqué un sentido, sólo encontré oscuridad y confusión; y en Él todo se aclaró, y vi que era Verdad).

Y, entonces, letras de fuego escribieron: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”. Y contesté: “¿Quién es, para que crea en Él? El que te abrió los ojos, el que habla contigo, Ese es”. (Nos jactamos del poder de nuestra razón, y cuando nuestra razón llega a una conclusión lógica, ¿todavía dudamos?). Creo, Señor, y Te adoro.

***

12        De pronto he comprendido. Mi pereza, mi “quedarme atrás”, es porque falta algo en mí. Entiendo por qué me son y tan extraños esos sufrimientos y esas angustias de los santos. Ese sufrir es consecuencia de un móvil que a mí me falta. ¡Y eso es lo que tengo que pedir! ¡Yo, que amo tanto la vida y todo lo que existe, yo tengo que pedir que nada me satisfaga! Esto es el sufrimiento de los santos: que nada dé felicidad, nada más que un Dios a Quien no podemos conocer en esta vida.

Tengo que pedir vivir como si amara todo sin amar nada, nada más que un Dios que se oculta: vivir de Fe solamente. No se trata del sufrimiento que todos recibimos, que todos de alguna manera experimentamos. Es otro sufrimiento, un sufrimiento que está en la raíz de todo lo que uno vive, del dolor y de la alegría. Y como de mi naturaleza no vendrá, ¡tengo a pedir a Dios que me lo dé! Sé que soy libre, que puedo pedir o callarme. Sé que se me dará lo que pida. Pero, ¡es una locura!: libremente, pedir que todo pierda su resplandor y que sólo exista una realidad, una luz, un amor. Y que yo sé que me harán penetrar en un mundo de angustia y sufrimiento, porque es un deseo que no puede ser satisfecho. Con pereza y lentitud, con vaguedad, me he ido arrastrando, deseando un poco: y ya con eso he sufrido, también vagamente. Y tengo que pedir que esa vaguedad se transforme en una llama que queme.

He escrito mal “no amar nada”. No es eso. Es “no encontrar satisfacción en ese amor”. ¡Y yo he encontrado una tan profunda y total satisfacción en los goces del espíritu y en los placeres materiales! ¡Nunca fui de las que buscan más allá, y que encuentran insatisfacción en el fondo de todas las cosas! Aunque supiera, teóricamente, que es una estupidez pretender satisfacción en lo que no puede durar. ¿Y yo pediré que Dios me saque de esta isla segura y serena en la que estoy tan bien instalada? ¿Para qué? ¿Por qué? Y, sin embargo, yo sé que, desde el momento en que he comprendido, ya no puedo hacer como si esa verdad no existiera. ¡Dios mío, no sé cómo lo harás! A mí me parece imposible cambiar, e ignoro cómo tengo que proceder, pero no me opongo. Sé que Tú me has hecho ver, esta mañana. Si Tú has querido que viera, si me has dado este momento de comprensión, es porque tengo que seguir en la dirección que has señalado, y no puedo negarme.

***

20        No leeré más ese libro, La vida interior. Me perturba. No es curiosidad mi deseo de conocer a Dios. Es algo que no puedo evitar: como algo que sigue andando desde que se le dio el primer impulso.

Sé que tengo que “ejercitarme en la oración”. Como una monja, no puede ser (y yo no hubiera podido ser monja jamás, de todas maneras, ni quisiera serlo. No monja sino la que soy, pero unida a Cristo como una monja). Y, sin embargo, oración mental o meditación (que se me confunden, porque cuando medito, de pronto me veo hablando con Jesucristo) es necesario, es la única forma.

Pero sé también que tendrá que ser, inevitablemente, en dosis diminutas. Yo creo que no tiene importancia ser monja o no serlo, hacer oración 10 horas o media hora: porque no se consigue conocer y amar más a Cristo por obra de la inteligencia o de la voluntad, sino porque Él nos da ese conocer y ese amar: y para Él el tiempo no existe. Obra nuestra no es más que la buena voluntad.  De modo que sí: meditaré esa media hora de la misa. O haré oración (que ni sé si es oración mental, eso que hago). Y, el resto del día aspirar a la perfección de cada instante.

            Meditar –como dice en los libros- imaginando escenas de la Pasión, no me resulta (fuera de ese momento, cuando rezo el Rosario. Eso sí me sirve, para acercarlo a mí; tengo la sensación de que me pongo a Su lado). Pero lo que necesito meditar, lo que penetra en mí y voy comprendiendo, es la Misa y los Sacramentos.

Y, en cuanto a aquel miedo a los sufrimientos y angustias de los santos, ¿por qué temo tanto? Yo no quería tener hijos, por miedo al dolor físico, y después de oír hablar a mis amigas de lo espantoso que era. Y tuve a mi primer hijo, y me dolió mucho; pero, a pesar de eso, fue como un dolor que no tenía peso: una sensación así. Porque era dolor: pero lo atravesé y llegué al otro lado (creo que “subconscientemente, a mi gran sorpresa y alegría”) ¡sin que me hubiera pasado nada! No sé qué me imaginaba que era el dolor. No que creyera “que me iba a morir”. Pero “algo que me destruiría”, sí: un pozo oscuro en que me hundiría, no sé qué. Algo desconocido, terrible. Y, en realidad era, no sé si “aguantable” o “inaguantable”, pero “no era nada”. Así ha de ser el otro Dolor ese (y es la misma clase de miedo la que tengo). No sólo “ha de ser”: tiene que ser. Porque hay Uno que ayuda y no nos abandona.

***

26        Ayer estaba en misa, en el pueblo [En Nogoyá] y miraba al sacerdote. Y de pronto se superpuso a ese altar y a ese padre el recuerdo de la misa acá, y de mi alegría. Y fue como si todas las misas que he de escuchar ahora, en mi vida, se fueran a decir sobre la trama de esa misa y de esa inmensa, inmensa alegría. Dios mío, ¿será posible que hayas hecho que el padre F. viniera, y que hubiera esas misas aquí, en casa, para que yo nunca más dudara? Porque ya no puedo dudar, cuando me acuerdo de mi alegría: de esa súbita, incomprensible alegría de mi alma. La razón de mi certeza de la verdad y el amor de Cristo, de Su realidad, es la alegría.

ABRIL

11        (En Buenos Aires) ¡Tantas páginas ardientes, y qué incapacidad, qué impotencia, qué fracaso ante la realidad! ¡Cómo se niega, la mujer que soy, a soportar la infelicidad! ¡Qué mal se aguanta el despojarse de la felicidad! ¡Con qué impaciencia, con qué rebeldía, con qué rabia!

MAYO

12        No tener tiempo para ir a misa, ni para rezar ni para meditar. No importa, no pensar en sí mismo. Soportar la obligación de caridad, las mil acciones materiales que nos arrastran y nos ahogan, pensando en Él, haciendo todo por amor a Él. Cuidando de los que Él quiere. ¿Qué mayor, ni qué más dulce y amable manera de servirlo? ¿Qué importan nuestros gustos, y que a nosotros nos resulte más agradable ir a misa y comulgar? Tener algo más que ofrecer a Dios, que nuestros sentimientos de fe o de amor, arrodillados en una iglesia. Y, por otra parte, siempre hay un momento para meditar serenamente. Y el constante extrañar ese momento de soledad con Él, esto Lo hace presente en todos los momentos del día lleno de cosas.

***

25        Dios mío, ¿qué Te pido? Que Cristo clavado en la Cruz, esté siempre presente en mi pensamiento. No como antes, sino de otra manera. Antes era como en imagen, ahora que viva Cristo en mí. ¡Dios mío, yo no Te pido consuelos, ni sentir la dulzura de amarte! Te pido poder vivir mi Fe, olvidándome totalmente de mí misma, amándote aunque sea una angustia. Te entrego mi vida como es, no con mi inteligencia sola: con mi corazón y mis sentidos. Te la entrego en concreto, no en abstracto.

¡Quítame, Dios mío, este peso de mí misma: quítamelo, ya que por fin Te lo he dado, y no lo quiero más!

 JUNIO

 27        Yo quisiera escribir lo que he ido conociendo y sintiendo, pero no en un idioma “ininteligible para un espíritu moderno”, como leí no sé dónde.

Estaba hoy arrodillada, antes de que empezara la misa, meditando con los ojos abiertos para no perder contacto con la realidad, para tener conciencia de mí misma y del mundo que me rodea. Y pensaba:                          — ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué yo, que odio levantarme temprano, y que estoy tan firmemente plantada en la tierra, vengo aquí todas las mañanas, y vengo llena de deseo y de alegría? ¿A qué vengo? Es a participar de la misa, a ofrecer mi vida con la de Cristo; vengo a que la misa me una a Él. No vengo todavía a “redimir” ni a “expiar” con Él: vengo solamente a decirle que, en ese momento, mi inteligencia, mi voluntad y mi sentimiento se entregan a Él. No queda, en ese momento, ni un solo movimiento de independencia ni de rebeldía. ¿Crucificada con Cristo? Si a eso me lleva, ni importa ya. Mi amor a mí misma, mi voluntad, mi egoísmo, no existen más, en ese momento. Y pido no fallar las cien veces que fallo después durante el día, cuando mi vanidad y mi egoísmo me toman de sorpresa.

            Pero no son esas las palabras. Esas palabras son las mil veces leídas, las que han ido perdiendo irradiación. Hacen falta otras, para decir lo mismo. ¿O será que no hay otras?   ¿Que esas palabras, así como son los que cada uno tiene que hacer vivir, como me sucedió a mí? ¿Será que pretendo hacer por los demás el trabajo? No, ¡pero quisiera hacerlo más fácil! No escribiré más, hasta que sepa cómo hacerlo. Porque escribo esas palabras y, cuando las releo, ellas destruyen la realidad que conozco.

—oOo—

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.