SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA  1951/4ª de 9 [74]

1951 – JULIO
“¡Si uno realmente creyera “que esta vida es el campo de lucha para conquistar la eternidad”! ¡Tantas veces hemos leído la frase, y con qué frialdad! Y, sin embargo, ¡si realmente lo creyéramos, los que decimos que creemos! ¡con qué entusiasmo viviríamos! Sería empezar a andar “cara al cielo”

…Mi obrar aquí, en esta realidad terrena, es, mío. Son mis manos, mis ojos, mis palabras, los que obran. Pero, si durante la misa, …pongo eso que obré en las manos de Cristo entonces ya mi acción no se lleva a cabo solamente en este plano material. Se la doy a Cristo para que Él le infunda otra existencia. Para que Él le dé otra finalidad, finalidad que yo no puedo comprender y que no importa que yo comprenda o no, pero que es la única que importa. Y si lo hago en el día que empieza con esa misa, tengo que saber que lo mismo se lo habré de entregar la mañana siguiente.

17 (En San Gabriel) Un paisaje en bronce y cobre: dorado rojizo, y el gris de la tierra. Y la mancha verde-oscuro de los eucaliptus. A los costados del camino, donde llega a morir el pasto, ya no son las ondas verdes sino inmovilizadas olitas doradas. La seca. Pero la seca con frío y sin tierra. No la seca impura del verano, sino una desnudez serena. Me gusta ver las líneas de las cosas, su verdadera forma. Que en otras épocas está oculta y cambiada bajo los altos yuyales. Y me gusta ese color de tapicería antigua.

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Le pido a Cristo que esté a mi lado, para poder amar siempre a todos los hombres. Porque sé que es imposible muchas veces amar a los hombres en particular, si no los vemos en la sombra de la cruz. Hay caras que exasperan, bajezas que repelen a nuestra naturaleza. Y eso pido: que no me repelan ni me exasperen, ni “me den en los nervios”. Jamás me sucede, cuando pienso: a este ser humano, Dios lo ama lo mismo que a mí; para que este hombre comprendiera la razón por la que ha nacido, Jesucristo está crucificado.

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18 (En Buenos Aires) Estuve hablando con el padre X., este sacerdote que ha sacrificado su sacerdocio a la política. Y mientras estuve conversando con él, sonriente e interesada, no sentí ninguna antipatía. Pero, después, ¡qué impresión de desagrado, y de tristeza! Porque, al conocerlo, me he dado cuenta de que este hombre no es un infeliz sincero, sino un hombrecito ambicioso: que adula al que tiene poder, como si despreciara al único Poder. Lo que, en un hombre cualquiera me parecería debilidad, en éste, que sabe y ora, me rechaza y me espanta.
                   Le dije –con una sonrisa lo más “Acción Católica” posible-: “Lo que me angustia es el odio, las palabras que separan, y que fomentan el odio”. Y me contestó, como un político cualquiera: “Eso pasará, señora. Usted comprende, una revolución necesita en un principio, etc., etc.”.

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¡Si uno realmente creyera “que esta vida es el campo de lucha para conquistar la eternidad”! ¡Tantas veces hemos leído la frase, y con qué frialdad! Y, sin embargo, ¡si realmente lo creyéramos, los que decimos que creemos! ¡Con qué alegría, con qué entusiasmo viviríamos! Sería empezar a andar “cara al cielo”.

Y pienso en el mal que han hecho a la Humanidad los intelectuales ateos. ¡Qué ceguera la de esos filósofos del siglo pasado, tan cómodamente sentados en sus sillones burgueses! Ellos son los culpables, no los de ahora. Porque el pesimismo, y la angustia y la desesperación, son inevitables cuando se ha sufrido, solo demasiado. Pero aquellos no habían sufrido, en su mundo tan ordenado, y tranquilo y seguro.

La idea, creo que de H. Belloc hablando de la Edad Media: ”No es que los hombres no pecaran entonces, como pecan ahora. Claro que pecarían: pero había Redención”. Sí, pecarían. ¿Acaso me olvidaré jamás, por más años que viva y por tranquilizadas que lleguen a estar mis pasiones, de la fuerza de la vida en la juventud? No quiero olvidarlo jamás. Porque no es no pecar. Es ser fuerte para afrontar la realidad de que somos pecadores, y caer y levantarse para seguir subiendo.

Esa fuerza es la que le quitaron a la Humanidad, y la hundieron en la angustia. Y en la mentira, y en la materia, que nos están devorando.
(Pero, en lugar de escribir estas cosas, yo debería meditar si creo en lo que escribí al principio, y si lo creo, vivirlo.)

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25 “En el momento del Sacrificio Eucarístico, el Hijo de Dios se ofrece al Padre por la Iglesia…” ¡Qué desesperación, no poder creer: creerlo como creo en mi propia existencia! El deseo de creer, ¡¿qué me recuerda, Dios mío, qué me recuerda esta angustia de una fuerza que quiere estallar? Es como cuando iba a tener un chico: como una necesidad de todo mi ser por abrirse, por romperse y estallar.

Creer, para estar en Él. ¿Qué importaría, entonces, poder meditar, o no; encontrar, o no, un momento de soledad durante el día? ¿Qué importaría, si, durante la misa, yo pudiera estar tan unida a Cristo: rezando Él, y adorando por mí, Él contemplando lo que yo no puedo contemplar? Su espíritu supliendo al mío, tan miserable a incapaz. ¿Y cómo Te ofrecería, Dios mío, todas las mañanas, lo hecho en el día, el montón de insignificancias, de actos imperfectos? Diría: “Tómalos, yo no entiendo, yo no sé. Tómalos, elévalos, dales la forma que deben tener. Tú, que sabes, transfórmalos en algo que sea, ante Dios; porque, en sí mismos, no son”.

(Quizás no debería escribir esto. Destruyo mi meditación, ahora, escribiendo. Pero quiero acordarme. Quiero mañana, vivir así mi Misa. Si es vida de acción la que tengo que hacer, si es para eso que he nacido, no quiero que mi obrar sea mío.)

Trato de explicarme esto a mí misma, mi obrar aquí, en esta realidad terrena, es mío. Son mis manos, mis ojos, mis palabras, los que obran. Pero si, durante la misa, durante ese único momento separado de mi día, pongo eso que obré en las manos de Cristo, entonces ya mi acción no se lleva a cabo solamente en este plano material. Se la doy a Cristo para que Él le infunda otra existencia. Para que Él le dé otra finalidad, finalidad que yo no puedo comprender y que no importa que yo comprenda o no, pero que es la única que importa. Y si lo hago en el día que empieza con esa misa, tengo que saber que lo mismo se lo habré de entregar la mañana siguiente.

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1 comentario en «SUSANA  SEEBER  DE  MIHURA  1951/4ª de 9 [74]»

  1. Cuánta búsqueda de vivir conforme a la voluntad del Señor mucho antes del Concilio Vaticano ||!!!. Sacerdotes políticamente correctos; lobos vestidos de ovejas …cada vez comprendo más cómo llegamos a esto!

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