SUSANA SEEBER DE MIHURA 1952/2ª de 7 [81]

1952 – PRIMERA PARTE
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Está allí. Pero ¡qué disparate pensar en imitarlo! Mi carne no podría jamás soportar Su Perfección […] No es imitarlo: es transformarse en Él. Perderse en Él, entregarse a Él. Solamente así es Verdad. No basta con creer y amar al hombre que era. Es a Lo Divino que hay en Él, a lo que hay que adherir, a su Poder de infundirnos Su Vida. […]
[…] Desde el otro día, en que como el buen ladrón vi mi pecado en Cristo, pienso en esa palabra: reparar. […]
[…] He cambiado, todo ha cambiado. No concibo otra cosa sino eso: servir, obrar, hacer. No sé explicarme: es como si se hubiera abierto una puerta, y yo saliera tranquilamente por ella….

1952 – MARZO 10 Tanta bajeza como hay en el mundo, tanta avaricia, tanta mezquindad y frialdad, tanto odio y violencia, tanta negación y mentira, gritan por una compensación. Que un hombre compense, que un hombre sea perfectamente bello, y generoso y puro, y lleno de amor, ese es el clamor desesperado que se levanta de la tierra. Un hombre verdaderamente hombre y sin mancha, y todo entero. Que encarne el Absoluto, la Bondad y la Sabiduría, el Poder y la Belleza. Un hombre capaz de morir para redimir a los pobres y pequeños hombres.

Pero un hombre así, ¿existe? No puede existir. Si alguien quisiera serlo, la carne lo traicionaría. Si fue, entonces, no era solamente un hombre. Había en ese hombre la absoluta Pureza de Dios.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Está allí. Pero ¡qué disparate pensar en imitarlo! Mi carne no podría jamás soportar Su Perfección. No es un gran hombre, cuyas enseñanzas se han de escuchar y practicar. No es imitarlo: es transformarse en Él. Perderse en Él, entregarse a Él. Solamente así es Verdad. No basta con creer y amar al hombre que era. Es a Lo Divino que hay en Él, a lo que hay que adherir, a su Poder de infundirnos Su Vida. Acercarse a Él para beber la Vida, una Vida que está inconmensurablemente por encima de mi vida humana. Hacer callar mi inteligencia de hombre y creer en Su Presencia en la Hostia consagrada. Creer en Su redención en cada Misa: en su poder de dar gracias y adorar por mí, de ser por mí y por cada uno de nosotros, pobres miserables, en cada Misa.

***

12 ¡La gravedad de mi pecado, la hondura de mi miseria que soy incapaz de apreciar! ¡Sobre la miseria que somos, todavía ser ciegos a la magnitud de esa miseria! Solo un modo de entenderlo: ¡qué tremenda será, que necesita que la Inocencia pague la deuda!
                    ¿Tan inmensa, tan infinita es la injusticia, para que solo la Pureza y la Inocencia la compense? El que no tiene culpa, Aquél en que no hay ni sombra de nuestra miseria sudando sangre, abandonado de Dios, solo en la inmensidad de la Noche. Ni un reflejo de luz, ni una sonrisa, ni una flor, ni una caricia. El mundo entero no es más que dolor y tinieblas. ¡Oh, Cristo, eso es mi pecado!
                    El deseo, la alegría, la belleza de la tierra, la sangre ardiente que exalta y enloquece: eso de mi lado. Del otro lado, la Realidad: Tú crucificado. “Dios mío, ¡por qué me has abandonado!”. ¡Oh, Dios mío, que no sea por mí, que no sea yo culpable de Tu dolor! Déjame precipitarme en la nada. No a costa de semejante injusticia, ni salvación.

***
18 Desde el otro día, en que como el buen ladrón vi mi pecado en Cristo, pienso en esa palabra: reparar. La necesidad de la reparación, nunca la pensé antes. ¿Cómo? Hay una sola manera: que no sea Él solo, que no cargue Él solo con todo el lodo del pecado. Pedir una parte, para que no sea tan grande la injusticia. Y compensar con obras de amor, el desamor que hubo en las otras. Pero no basta con “unas obras”. Exige la entrega de todo el obrar.

***

27 (En Buenos Aires) De pronto, ayer, realicé [ = me dí cuenta] que volvía a Buenos Aires como quien vuelve al trabajo. Que eso era lo que estaba sintiendo: vengo a trabajar. Con toda naturalidad, no lo había pensado, de afuera de mí misma vino. He cambiado, todo ha cambiado. No concibo otra cosa sino eso: servir, obrar, hacer. No sé explicarme: es como si se hubiera abierto una puerta, y yo saliera tranquilamente por ella.
                     Es como si, de pronto, Dios hubiera quitado un pedazo de mi egoísmo. No sólo mi trabajo en la Liga, sino todo lo demás, mis chicos, mi casa: servir a Dios. ¿Es esto una gracia? ¿Esta súbita iluminación, este descubrimiento de algo nuevo en mí, de algo que no había y que es tan ajeno a mi natural? Sí, lo es, yo sé que lo es. Después de toda esa confusión y esa angustia, y de esa tormenta de egoísmo y sensualidad, ¿por qué, si no lo merezco, esta serenidad y esta tremenda ayuda para liberarme de mí misma? Yo no intervine en ella, no luché, no la busqué, ni sabía que estaba cerca.
                     Oh, Dios mío: yo fallaré mil veces, pero quiero escribir, quiero dejar aquí escrito que quiero ser fiel a esa Gracia. Que he llegado a una encrucijada en mi vida, y que lo que fue la fuerza interior de toda mi juventud, que era vivir yo, se ha trocado en trabajar y servirte (no tanto trabajar yo, no tanto yo servirte, sino “que se haga el trabajo que tiene que hacerse”). Fallaré, sí, no seré siempre fiel en todo.                            Porque no soy una línea inmóvil de hierro: tampoco antes fui siempre fiel a mi egoísmo: ¡a veces también me olvidé de mí misma!

—oOo—

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.