Blog destinado a presentar y comentar la Revelación divina acerca del amor humano: Creado según el designio divino, luego caído y herido por el pecado original, después santificado en el pueblo elegido; elevado por fin a Misterio Grande en el sacramento del matrimonio y hoy tan ferozmente agredido.
Catalina. Mi Catalinita. Me has pedido que repita estas palabras, que te dije el día de San Benito, en las orillas del río. Y no sé cómo empezar. Creo que la única forma de hacerlo, es haciéndolo de nuevo. Declarándote mi amor otra vez, como si fuera la primera.
Catalina. Cuando te vi por primera vez, no quería fijarme en vos. En realidad, en nadie. Llegué a buscarte por una remota posibilidad de que fueras vos la mujer que el Señor quería darme. Encerrado en mis ideales, en mi burbuja, era incapaz de ver la Voluntad de Dios. Mi orgullo se volvía contra mí mismo. Y ninguna pasaba el filtro de la perfección que esperaba encontrar.
Vos sabés ya las circunstancias en las que nos conocimos. Te escribí para que mis padres dejaran de insistirme (no fue tanta la insistencia, en verdad), y con el firme convencimiento de que no ibas a responder. Vos le diste tu correo al amigo de papá, pensando que yo no iba a escribir. Y escribí. Sin querer hacerlo. Pero escribí. Y me respondiste. Sin querer hacerlo. Pero me respondiste. Y pusiste límites. Sólo como amiga. Y después, un error. Una invitación involuntaria a las Jornadas de Formación. Y yo, otro error. Pensando que querías conocerme, y por no ser descortés, fui a Mendoza. Pero con la secreta intención de no hacer nada para que prosperara la relación.
Y así volví. Volví, creyendo que no había pasado nada. Volví a Buenos Aires, convencido de que iba a seguir todo igual. ¡Qué equivocado estaba!
Sin saberlo, Dios había atado un hilo de oro en mi corazón. Un hilo fino, pero resistente. Con un nudo suave. Tan suave, que no me di cuenta. Y Dios liberó el carrete. Y recorrí más de 1000 km, creyéndome inconmovible. Pero…
Un primer tirón del hilo. Y te escribí un e-mail. ¿Por qué lo hice? me preguntaba después. Si yo no quiero saber nada. Por eso. Porque YO no quería saber nada. El Señor sí quería. Y el Buen Dios maneja todos los hilos. En este caso… uno de oro. Y después… otro tirón del hilo. Y ponerme a pensar. -¿Y qué tengo en contra de ella? -Nada. -Pero algo debe que tener para justificar que le decís que no. -Sí, tal vez. Pero digo que no. ¿Qué importa? -Y tiene tus mismos principios. -Sí, ¿y? -Y además te resultó agradable. No lo niegues. -No, no lo niego. Pero yo quería que mi mujer fuera tal o cual cosa. ¡Punto!
Idealismos, nomás. Idealismos. Proyectos para nada realizables. No existía esa mujer. Y yo creía que sí. Mentiras del demonio, que así impedía acercarme a vos. Mentiras favorecidas por mi orgullo, que buscaba una mujer que no existía.
Catalina… te escribía. Y me contestabas. No sé todavía el por qué. Salía a caminar por mi ciudad. Trataba de aclarar mis ideas. O más bien, trataba de cortar la relación. De autoconvencerme de que esto no era lo que Dios quería. Ahora me río. Pero en esos días, confundido por mi orgullo, me negaba a ver la belleza de tu alma. No quería. Y me resistía. Pero al final, sin saber por qué, te escribía.
Y empezamos a chatear. Y tirones del hilo. Y yo que me resistía. Y más tirones. Y sin saberlo, te empecé a querer. Pero… ¿cómo romper mis ideales?
Le escribí al Padre Bojorge. Y, maravilla. Cada instante en el que me decidía a dejarte, recibía un correo del padre. Y entonces veía la Voluntad de Dios y pasaba al otro extremo. Pasé por todos los estados. Desde no escribirte más, hasta querer que nos casemos ya.
¿Qué vi en vos? Un chiquilla golpeada, que acorralada en un rinconcito de su corazón, no permitía que nadie se le acercara. Temía a la mano que quería acariciarla, creyendo que venía a golpearla. Y a la vez… tan necesitada de afecto…
Catalina. Yo no sé lo que pasó. Sí sé que de repente, te amé. Sí, te amo, mi niña. Te amé antes de enamorarme. Y te amé, como se ama a la Patria. Porque nací en ella, sin yo elegirla. Y la quiero porque es la que Dios me dio. Y del mismo modo, Catalina, te amé yo. Vi, quebrado mi orgullo, que eras vos la que Dios quería darme. Que eras vos la que Dios me viene ofreciendo desde hace 3 años ya. Catalina.
Dios siguió tirando del hilo. Y esos tirones provocaron arritmias en mi corazón, que me hacían lanzar suspiros por vos. Pasaste a ser una necesidad para mi alma. Quería todo el día hablar con vos. Escribirte. Verte.
Y Dios enrolló el hilo. Y el hilo ya no tiraba de mi corazón, porque yo iba más rápido. Y ahora… que estamos juntos… de ese hilo de oro sólo queda un metro. Y en el otro extremo, veo atado a tu corazoncito.
Catalina. ¡Te amo! ¡Te quiero! Ya no puedo ocultarlo. Yo sé de tus dudas y temores. Sé también de tus experiencias. Conozco tus miedos. Tu corazón, herido por la traición, teme confiarse en alguien. Y sé que lo que te pido, es todo. Sé que te pido esa confianza que temés entregar. Pero Catalina, te amo, deseo tu bien. Por eso, aunque pido, no quiero una respuesta ahora. Puedo esperarte a que confíes plenamente. A que veas lo que yo veo: ¡qué Dios nos quiere juntos!
Mi amor por vos, Catalina, no es más que un leve reflejo del amor que Dios te tiene. Mi amor, como la luna, sólo refleja la luz del Sol. Pero es luz suficiente para borrar las sombras de tus miedos y tus dudas.
Sé que es difícil entregar el corazón. Pero, mi niña, una vez que deposites tu corazoncito en mis manos, yo pondré éstas entre las de la Virgencita, y será ella quien mueva mis dedos de tal forma, que modelando tu corazón, sólo sea capaz de amar.
Mi amor. Más de una vez te he preguntado, qué es lo que tienes que me atraes tanto. Y me siempre contestaste: ¡nada! Nada, Catalina. Tal vez sea eso. El corazón que se vacía de sí mismo, permite ser llenado por el amor de otro. Y, Catalina, Dios quiere llenarlo con su amor, y con el mío. Catalina, al no tener nada, me permites colmar tu corazón con mi amor.
Mi niña, mi amor. Dice Fray Petit de Murat que el varón es el que logra captar las ideas, y es la mujer la que las plasma en la realidad. Por eso, el varón es el artista de la mujer. Porque la mujer siempre confía en un varón. Así es, Catalina. Confía en mí. Yo buscaré siempre lo mejor para vos. Pero, como el alma debe hacer con Dios, te pido que te confíes por completo a mí. Déjame a mí ser el pintor, y vos serás el cuadro. Déjame ser el compositor de tu alma, y vos serás mi música de alabanza a Dios. Yo el poeta, y vos la poesía que conmueva los corazones de los hombres. Yo el monje, y vos la oración que elevada al Señor, agrade el oído de los ángeles.
En fin, mi rosa blanca, déjame ser tu jardinero. Dios me ha dicho: “Javier, jardinero, cuida a esta flor de mi jardín. Se llama Catalina. Y quiero que la cuides mucho. Que la ames. Que la protejas. Que cuando la requiera para Mí, sea la flor más bella que llegue a mis manos”.
Mi Catalina. Así trabajaré yo. Removeré la tierra, la fertilizaré, la regaré. Te cuidaré de plagas. Sólo te pido que no opongas resistencia. Que te entregues del todo a mí, que yo, para que seas agradable al Buen Dios, te depositaré, mi florcita, mi rosa blanca, a los pies de la Virgen. Y será Ella quien te lleve al Señor. Ella misma. Y Catalina, unidos aquí en la tierra, estaremos después juntos en el Cielo alabando y bendiciendo al Señor por toda la eternidad.
Sé que la flor es mejor que el jardinero, y que puedo esperar tu rechazo. Pero Catalina, te amo, y confío en que me aceptes. Tuyo Javier